Nadie daba un euro por Chris Froome, tal día como ayer, en la última jornada de descanso del pasado Giro. Simon Yates, rival y no supuesto aliado del británico, paseaba la maglia rosa con gallardía, fiero como un felino hambriento, y lejos de hacer creer que podía entrar en crisis, como así fue, en la última entrega montañosa de la prueba italiana. En los Alpes, Froome llegó, vio y venció. Y encima con la mayor exhibición individual vista estos últimos años.

La cuestión, ante la triple cita pirenaica del Tour 2018 que deparan los próximos días, tres jornadas, pero con un día llano y de recuperación en medio (el próximo jueves, en Pau), algo muy a tener en cuenta, es saber si Geraint Thomas, un gregario hasta hace cuatro días, será capaz de aguantar el jersey amarillo o si la prenda será un lastre, como si llevara plomo en los bolsillos, los que se ponía el pequeño Jean Robic para pesar más en las bajadas y así ganar la ronda francesa de 1947.

¿Pasará algo hoy, con descenso final a Bagnères de Luchon a través de las cimas, para lo bueno y para lo malo, de Luis Ocaña? Llegan los Pirineos con Menté -escenario de la caída de Ocaña en 1971- y el Portillón, la cima aranesa que vio crecer al vencedor del Tour de 1973, con varios misterios, aparte del de Thomas. A Mikel Landa, sin dolores en la espalda, no le queda otro remedio que reaccionar si no quiere quedarse anclado en la sexta plaza de la general que ahora ocupa. Tom Dumoulin debe demostrar que es algo más que una amenaza para el Sky. Francia espera el contragolpe de Romain Bardet y el mundo ciclista saber de una vez si Primoz Roglic, cuarto de la general, es un ciclista válido para tres semanas o una estrella para rondas de contenido corto.

OPTIMISMO

Unos hablan de esperanza pirenaica. «Soy optimista y voy a estar muy pendiente de la etapa corta del miércoles (mañana)», según un Landa en versión ilusionada. Y otros, prudentes, porque, de hecho, ni se acaba de fiar de su amigo (1.39 minutos de ventaja posee Thomas sobre Froome) ni de su propia respuesta. «He ganado dos etapas de montaña seguidas y ello es increíble, pero solo prefiero ver el día a día y pensar que puedo llegar al podio». Thomas no quiere ondear la bandera galesa al aire ni creerse que, a los 32 años, tras temporadas de servicio, entrega y fidelidad a Froome, se ha convertido en la gran estrella del ciclismo mundial con el maillot amarillo a cuestas.

Los Pirineos surgen con otra pregunta sin responder. ¿Quién es realmente Thomas? ¿Puede un gregario casi de la noche a la mañana convertirse en todo un ganador de Tour de Francia? Y hasta con la duda de saber si al Sky le interesa más mediáticamente la victoria de Thomas que la de Froome, absolutamente cuestionado en Francia a pesar del perdón por su positivio en la Vuelta del año pasado.

«Yo me apoyo en la fuerza mental y en la actitud de Froome. Somos viejos amigos, vivimos cerca y siempre solemos entrenar juntos». Pero una cosa es sudar por los alrededores de Mónaco y otra bien distinta es entregar por amor y entrega al jefe del equipo el jersey amarillo. Thomas está subiendo montañas como nunca había hecho hasta ahora y como nadie podía imaginar de un ciclista que hace una década era una estrella del pedal, pero en la pista (dos oros olímpicos lo contemplan) y no en los templos alpinos del Tour.

Hasta este año había perdido las oportunidades que el Sky le había dado en carreras como el Giro. El año pasado se cayó y abandonó. Hasta que en el 2016 le ganó la París-Niza a Alberto Contador todos los éxitos en la carretera de este ciclista galés eran secundarios. Y ahora puede ganar el Tour. Los Pirineos, en esta última y definitiva semana, dictarán sentencia y despejarán todas las incógnitas que restan en este Tour de Francia.