Jerry Buss, el dueño de los Lakers, se marchó del Palace de Auburn nada más terminar el tercer cuarto del quinto partido de la final de la NBA (4-1 para los Detroit Pistons). No esperó al desenlance final. Tenía ya bastante con el sonrojante 82-59 que reflejaba el marcador, a falta de los últimos 12 minutos. Para entonces ya había comprobado que sus ángeles no volaban y que la púrpura de Bryant y O´Neal, sus dos joyas galácticas , resultaba presa fácil de un equipo marcado por la misma filosofía que define a la ciudad de Detroit. El equipo obrero tumbó a los arrogantes Lakers (100-87), que habían sumado tres anillos seguidos desde la temporada 1999-2000 hasta la 2002-2003.

Después de 14 años, los Pistons tomaron el relevo de los Bad Boys , que se habían puesto el anillo de campeón de forma consecutiva en 1989 y 1990. Ahora, el conjunto de Larry Brown tenía un plan perfectamente diseñado y lo lllevó a cabo con todas sus consecuencias. Sólo aquel triple de Kobe Bryant en el segundo partido, que propició la prórroga y el único triunfo de los Lakers en la serie final, evitó un humillante 4-0.

No impidió, sin embargo, que un equipo sin estrellas, humilde, trabajador, decidido a defender a ras de parquet y con soltura en ataque maniatara al ciclón amarillo. Los Pistons sometieron a los Lakers a una cura de humildad que difícilmente podrán olvidar.

GUERRAS INTESTINAS El equipo de Brown se alzó por encima de las guerras intestinas de su rival, más preocupados en repartir reproches que en jugar como un bloque, justo lo que hicieron los Pistons. Con mucho menos nombre, jugadores como Billups (nombrado MVP de la final), Prince, Wallace o Hamilton destrozaron a los Lakers. "Fueron los mejores. Por eso son campeones. No hay excusas. No hicimos bien las cosas", declaró O´Neal tras el quinto partido. Ahora, nadie tiene asegurada su continuidad en los Lakers.