Nadie sería capaz de poner en duda que el Real Zaragoza se ha reactivado con Láinez, que bajo su dirección ha sumado cuatro puntos de seis posibles en estas dos jornadas, ha merecido el pleno y ha cambiado una dinámica perdedora por otra más esperanzadora a base de un fútbol mejor, más llegadas, más ocasiones, más control de juego, una forma de buscar la portería contraria más acorde a las características de la plantilla y sensaciones bien diferentes a la etapa previa. Son solamente dos partidos, tiempo suficiente para constatar los hechos referidos, pero pronto para echar el tiro más largo, especialmente después de comprobar cómo esa revitalización solo ha servido para estar tres puntos por encima del descenso. Un buen punto de partida, pero de obligada reafirmación y amenazado por la mala calidad física de la plantilla.

A este momento aún inquietante pero tan enfrentado al que dejó Agné, Láinez no ha llegado descubriendo la fórmula de la Coca-Cola sino a base de un contundente sentido común. Cada decisión ha tenido un motivo sensato y razonado: apostó por Ratón por convencimiento, por el estilo de fútbol que iba a aplicar, porque por Irureta no podía hacerlo y por el deficiente estado físico de Saja. Movió a José Enrique al centro de la defensa buscando ganar salida de balón, trasladó a Cabrera al lateral izquierdo para crecer en intensidad y recorrido y puso a Isacc creyéndolo más hecho que Fran. A Zapater le guardó ese espacio en soledad por delante de la defensa para que redujera esfuerzos y protegiera a los centrales, adelantó a Ros unos metros, justo donde más cómodo se encuentra, y le dio galones a Bedia pensando en una buena circulación y en cuidar la pelota. A Pombo le concedió autoridad por potencia y frescura, conservó a Lanzarote y también a Ángel, aunque para llegar hasta él modificó el plan: del pase en largo a las espaldas de los centrales, al balón al suelo.

Todo con un sentido: el sentido común.