En Navidad, el Real Zaragoza estaba para pocas celebraciones. Solo tres puntos por encima del descenso y a once del playoff después de otra preocupante derrota en Valladolid y la confirmación de que el equipo no levantaba el vuelo. Las vacaciones que pasó Natxo González solo las sabe él. Al regreso, en medio de la depresión colectiva, el entrenador lanzó aquel afamado órdago, de increíble optimismo, y pronosticó una remontada espectacular en la segunda vuelta que llevaría al equipo a pelear por la promoción. Eso dijo cuando decirlo era temerario. Nadie le tomó muy en serio en aquel momento y nadie, o prácticamente nadie, creyó que semejante empresa fuese posible con el descenso soltando todavía un aliento helado sobre el cogote en pleno mes de enero. Nadie, o prácticamente nadie, dentro de la Sociedad Anónima. Y nadie, o prácticamente nadie, de fuera de ella.

Ayer, con la décima victoria en los últimos once partidos en La Romareda, ahora mismo un estadio efervescente, pasional y entusiasta en grado máximo, un estadio que gana partidos, se hizo realidad la arriesgada predicción del técnico. El Real Zaragoza aseguró matemáticamente la promoción después de una remontada para los libros de historia de Segunda.

Este es el playoff de Natxo González, de su fe, de su método, de su inaudita convicción y de su capacidad para trasladarla al ADN de cada uno de sus jugadores, que hoy conforman un equipo voraz, ganador y que juega al fútbol con una pasión extraordinaria. Un equipo con hambre que quiere más: el ascenso a Primera División.