La ola de la marea roja murió a orillas de la ACB. Los más de 2.000 seguidores del CAI que acudieron al pabellón Príncipe Felipe para presenciar a través de las pantallas gigantes instaladas el encuentro que debía suponer la gloria del ascenso para el cuadro zaragozano terminaron naufragando en la decepción. La ciudad no pudo vivir la inundación de alegría prevista al término de esos decisivos 40 minutos. Y eso que el partido, lo mismo que las mareas, tuvo sus momentos de plenitud.

Minutos antes del comienzo, las gradas del pabellón comenzaban ya a llenarse, con mucha camiseta roja e incluso alguna despistada avispa del Real Zaragoza. La primera canasta de Sabaté levantaba las primeras olas, y los espectadores estiraban sus ánimos cada vez más, conforme el CAI se iba poniendo por delante. Al final del primer cuarto, las sonrisas flotaban en el ambiente.

Pero al poco de comenzar el segundo, las primeras células madre de la inquietud comenzaron a implantarse en los rostros de los aficionados. El público soberano comenzaba a sospechar de los árbitros. "Que les den ya el partido, y nos vamos para casa", rezongó una espectadora tras una falta dudosa contra el CAI. Sin embargo, el desánimo todavía era escaso. En una esquina de la grada, un aficionado mohíno se puso a animar, viendo que sus amigos lo hacían.

La dura realidad

Llegó el descanso, y a más de uno le pilló desprevenido la reanudación, embelesado por las evoluciones de Elmira Dassaeva durante el intermedio. Pero pronto la dura realidad volvió a llamar a la puerta, y un parcial de 9-0 a favor del Granada comienza a enfriar el ambiente. Cuando McGhee machaca, no lo hace sólo en la canasta del CAI, sino sobre todo el techo del pabellón. "No sé, el partido estaba igualado, pero las cosas se están poniendo mal", comenta un espectador, y el marcador corrobora su ojo clínico.

El último cuarto es ya agónico, aunque algún optimista aún anima: "Vamos, que están fallando". A cinco minutos del final algunos vomitorios echaban humo, y es que muchos fumadores no aguantaban la tensión. Pero poco quedaba ya por hacer. Con dos minutos por jugar, la marea roja empezó a gotear por las salidas del Príncipe Felipe. Los grupos de aficionados se disolvieron nada más llegar a la calle, como si no se conocieran. "Otro añito en el infierno", sentenció resignada una sombra en camiseta roja.