Alas 13.30, en La Romareda, Alberto Guitián se vestirá la camiseta del Real Zaragoza por segunda vez en su carrera. El regreso del central ha estado rodeado de un cierto olor a polémica por la manera en la que salió del club en su primera etapa después de aquel partido de infame recuerdo en Palamós contra el Llagostera, las posteriores y presuntas acusaciones en las que la leyenda popular le envolvió junto a alguno de sus excompañeros, nunca probadas por nadie, y su manera de marcharse, huyendo de la dureza de la presión de la ciudad, rechazando una oferta de renovación y haciendo uso de su derecho de querer irse a otro sitio con un sueldo mejor.

Seguramente, en otro momento de la historia, la vuelta de Guitián ni siquiera se hubiera contemplado, pero muchas veces este Real Zaragoza contemporáneo no está para elegir el plato de comida ni para detenerse en condicionantes que, en otro tiempo, quizá hubiesen tenido un peso decisivo que ahora es secundario. La coyuntura obliga al pragmatismo más riguroso.

El objetivo de la decisión y del fichaje es fortalecer la plantilla con un central (o mediocentro) con salida de balón y que, a priori, eleva el nivel. A priori. Ese es el quid de la cuestión: comprobar si Guitián es el que fue. Si juega bien y ayuda al Real Zaragoza a salir hacia adelante, toda la polémica quedará en el olvido.