Cuando César Láinez explicaba, hace mucho tiempo, que Pombo le recordaba a Cani, lo hacía en un sentido global. No se refería a su talento futbolístico, sino a esa particular personalidad, a esa cabeza alocada que lo mantiene en los extremos del fútbol, bien cerca de la genialidad las más de las veces, cercenado por la incomprensión en otras. Cani ha sido un cachondo toda su vida, con ocurrencias parecidas dentro y fuera del campo. Los años le han dado poso después de pasar por todos esos estadios que le han conducido hasta este presente que le anuncia el futuro. Ayer constató en directo por dónde llega su relevo, el de un futbolista que parece un gordito pero que se mueve robusto y veloz cuando ejecuta el fútbol que imagina. Lo hace, además, con frescura, potencia y descaro. Es un pillo, un chico que juega el fútbol de la calle, alegre con el balón en los pies, divertido, original. No puede haber más coincidencias. Si acaso, Pombo tiene más potencia en el regate, Cani más astucia en el pase.

A Pombo no lo quiso Luis Milla pese a que en la pretemporada lo propuso y animó. Después llegó el otro lado de su personalidad, la que le aleja de la constancia en el trabajo, y el técnico lo envió de vuelta al filial. Son las cosas de estos tarambanas atrevidos, que irradian magia una noche y al día siguiente son capaces de sacar de quicio al más pintado. Le sucedió a Cani en La Romareda años atrás, lo ha vivido este mismo curso Pombo, al que tampoco le abrió la puerta Agné. Empeñados en experimentos varios, parece extraño que ninguno se percatara de su agudeza futbolística. Si la vieron, desde luego, no tuvieron valentía para apostar por él.

Láinez no ha dudado. 90 minutos en Elche, otros 90 ayer, donde se quedó cerca de un golazo que Becerra le negó. Por lo demás, lució palmito con el balón en recortes, arrastradas, tacones y regates variopintos. Amaga, engaña, se gira rápido y sabe ser directo cuando el campo se lo permite. Será mucho mejor pronto si quiere, si no viene otro entrenador de mentalidad pobre, si no se empeñan en ponerle por delante a xumetras, si le aprietan en el trabajo, si no le permiten, de momento, decidir por sí mismo. «Me falta un poco de cabeza, es verdad», admite. Bien lo sabe.

En la aceptación absoluta de su singular personalidad encontrará buena parte de su éxito. El resto se lo darán sus piernas, oxígeno para un Zaragoza necesitado de juventud, desvergüenza y potencia. «Llego para quedarme», ha dicho. Bienvenido sea este futbolista que anuncia por dónde debe pasar el futuro del equipo, de este club obstinado en el desinterés por los suyos. Esto no es La Masía ni Brasil, pero hay futbolistas que se bastarían de sobra para hacer el cuerpo de una plantilla demasiado acostumbrada a convivir con desconocidos. Adelante Pombo, Ratón, Xiscu, Delmás y compañía. Adelante entrenadores como César Láinez, que en dos partidos ha enseñado más riqueza táctica, variantes y apuestas que en los últimos años. La solución estaba en el vestuario contiguo, pero algunos ni la veían ni querían verla. Las cosas de la casa.