Hace mucho tiempo que el Real Zaragoza hubiera querido que arrancara la era Ranko Popovic. Las circunstancias, y especialmente el buen comportamiento del equipo hasta noviembre, fueron dilatando ese momento. Hasta hoy. En sus pocos días en la ciudad el técnico serbio se ha mostrado como un hombre extrovertido, simpático y con un mensaje futbolístico diáfano: quiere la pelota y dominar los partidos. Esa es la propuesta que a partir de esta tarde, en su debut contra la Ponferradina, tratará de llevar a la práctica. Más allá del efecto motivador que produce en los futbolistas la presencia de un nuevo jefe, casi nada de lo que suceda en La Romareda deberíamos ponerlo en su debe ni en su haber por una elemental cuestión de tiempo. Ni lo bueno ni lo malo. Eso sí, su estreno en un partido oficial servirá para empezar a descifrar las características de un técnico absolutamente desconocido, que abandera un discurso muy elegante y seductor pero cuyo fondo verdadero es un misterio.

Alrededor del mundo de los entrenadores hay construida una abundante mitología, normalmente con pies de barro. Entrenadores hay de muy pocas clases. Los verdaderamente elegidos, que traspasan las generaciones por su capacidad para innovar y construir equipos legendarios a través de la originalidad y un estilo propio; los que puntualmente tocan el éxito, llegan donde todos quieren llegar, pero luego no lo vuelven a repetir; los que siempre hacen a sus equipos peores de lo que son y el resto, al final la inmensa y rotunda mayoría, que en un sitio ganan y en el siguiente pierden.

Hasta su llegada a Zaragoza con 47 años y tras una carrera corta en los banquillos en equipos y mercados de segunda línea, Popovic ha pertenecido a este último grupo. Pero agua pasada no mueve molinos. Desde hoy comenzará a construirse su nuevo futuro. Veremos si en este tiempo su consideración como técnico cambia o se mantiene donde está.