A Portugal le servía con ganar por medio gol a cero, según dijo un desesperado Scolari en la víspera, pero como en el fútbol no se cuenta por fracciones, necesitaba uno para liquidar el fantasma de una sonrojante eliminación y jugarse la clasificación a una carta frente a España. A un minuto del final, Rui Costa completó el trabajo que había iniciado Maniche al principio (2-0) y envió a Rusia a casa, aunque el domingo deberá cumplir el trámite de enfrentarse a Grecia sin nada que hacer.

Figo podrá opinar lo que quiera, pero debería bendecir todas las nacionalizaciones de jugadores como Deco. La aportación del pequeño mediapunta del Oporto, brasileño de nacimiento y portugués de adopción, sólo merece parabienes. Mal que le pese a Figo, mucho más que la de Rui Costa, comparadas las actuaciones de los dos. Deco fue el catalizador del juego ofensivo, repartió buenos pases y dio más profundidad al equipo, justo lo que faltó en el estreno, aunque Scolari creyera que lo que falló fuera su defensa. Eso es lo que dio a entender.

PROFUNDA REMODELACION El técnico cambió a tres de los cuatro zagueros del primer partido (entre ellos a Fernando Couto), y retiró a Rui Costa. El milanista apareció luego para adormecer el encuentro y sentenciarlo con el segundo gol. Más que echarle una mano de pintura fresca a la alineación, practicó una profunda remodelación, retocando el dibujo táctico. En el centro colocó al triángulo del Oporto que le demandaban (Costinha y Maniche, y Deco por delante) que se adueñó del balón y del terreno. A partir de ese dominio, manejó el duelo, gracias también al prematuro gol de Maniche (m. 7).

Rusia jamás complicó la vida a Portugal. Aunque la hinchada se estremecía cuando veía un contrataque, los blancos sólo dispararon entre los palos una vez (Karyaka, m. 58). Figo estrelló un remate en el poste que habría eliminado cualquier temor. La opción de que Rusia pudiera empatar era remota desde que el árbitro expulsó al portero Ovchinnikov (m. 44) por tocar el balón con la mano fuera del área en una encerrona provocada por una mala cesión de Sennikov. La severa decisión del noruego Hauge, que luego cerró los ojos en una caída de Bystrov, provocó la aparición de un espontáneo, que atravesó el campo y se mofó de la seguridad.