Es algo habitual en el fútbol y en las últimas semanas se ha manifestado en diferentes ocasiones en el Real Zaragoza. Las interpretaciones que el entrenador, en público, y una parte del club, en privado, hacen de los partidos se están alejando de la percepción que la crítica y el aficionado hace de los mismos. Desde dentro emana una cierta complacencia con las actuaciones del equipo, un poco de posverdad, y desde fuera se realiza un juicio más severo. Con la derrota del viernes ha sucedido también.

Remitámonos a los hechos. El Real Zaragoza perdió 2-1 en Granada después de encajar dos goles, recibir dos palos, un mano a mano de Machís con Cristian y cuatro o cinco uys en centros laterales que sembraron el pánico. Un bagaje de concesiones defensivas incompatible con la victoria. Por lo tanto, fue un mal partido defensivo. El equipo dominó posicionalmente la segunda parte, sobó el balón y se acercó bien a la zona de tres cuartos, donde normalmente se disolvió. Cuando consiguió finalizar las acciones lo hizo con extrema candidez, fruto de un problema endémico de la plantilla: la línea de mediapuntas tiene poco gol y los delanteros, salvo Borja Iglesias, también. Ciertamente con mayor destreza en el área, el Real Zaragoza pudo hacer quizá un tanto más, como el Granada también pudo hacer dos o tres más.

Para encontrar un veredicto sereno basta con hacerse una pregunta simple. ¿Cuántos partidos será capaz de ganar el Zaragoza de aquí al final de Liga si concede como concedió en su área en Granada y con esa ingenuidad en la contraria? La respuesta es contundente. Así que a mejorar.