Les hemos sacudido, no sin razón y sin perdón, a Paco Herrera y a los jugadores. Ahora le tocará el turno, en la responsabilidad que le corresponde, a Víctor Muñoz, que no puede cambiar nada porque no hay nada que cambiar y bastante ha hecho con empujar el bote hacia la orilla de la permanencia. El técnico aragonés, por lo menos, ha sido casi el único que ha mantenido la compostura, que no se ha dejado llevar por la inconsciencia, la ingenuidad o la ilusión. Se le puede cuestionar, y mucho, si su regreso a este Real Zaragoza fue una decisión inteligente, pero en su vida profesional jamás se ha caído de un guindo. Desde que llegó siempre ha interpuesto el discurso de la salvación a las insinuaciones de ascenso porque sabía dónde aterrizaba, en una pista caribeña sin torre de control ni luces de señalización, a los mandos de un equipo con los motores incendiados. La derrota con el colista, el Girona, confirma que este accidente es uno más de los muchos sufridos a lo largo de la turbulenta temporada deportiva y económica.

Vamos a seguir, todos, sacudiendo a diestro y siniestro a la plantilla y posiblemente se cuestionará hoy si para esto era necesario el relevo en el banquillo. La impotencia y la vergüenza continúan maltratando el corazón del aficionado, a quien, sin embargo, su tribuna soberana no le libera de una cuota de culpabilidad que compartir en los últimos tiempos. Al igual que la prensa, se ha dejado seducir por un plato de lentejas cuando la Primera División ha asomado su tímido hocico por el horizonte. Lo importante era aunar esfuerzos, ser positivos y afiliarse al optimismo más ultra por el bien común. ¿Qué bien común?

Hasta cierto punto es comprensible que después de ocho años de hastío, ninguneo y paquidérmico paso de la justicia ordinaria, con el club secuestrado por caraduras políticos e inmobiliarios que solo han buscado su beneficio, la hipótesis de un ascenso venga a alegrarnos el día. Sería solo un día porque de forma inmediata, en una u otra categoría, caerá la noche de una deuda imposible de atajar por este camino. Esa mentira piadosa, la de la vuelta a la élite aunque fuera de carambola, ha provocado un peligroso episodio de amnesia, una reducción considerable de las críticas y las acciones hacia Agapito Iglesias como máximo responsable de la seria amenaza de la liquidación del Zaragoza.

La desaceleración de la lucha desde los medios de comunicación y la hinchada, que han estado sujetando la misma bayoneta en el frente de batalla contra un personaje irrespetuoso con los valores del zaragocismo, ha dejado en el limbo el auténtico sentido de esta insoportable travesía por el desierto: la infatigable y cotidiana reivindicación social y ciudadana para que el resto de los poderes colaboren en el rescate. Por supuesto, para que no vuelva a caer en las garras de buitres como ya ocurrió en 2006. La urgencia no está en subir de rodillas sino en sobrevivir con los pies en la tierra, sintiendo bajo ellos la propiedad, la historia, las raíces de generaciones anteriores que construyeron este club con orgullo, no sobre un plato de lentejas.