Uno de los sellos indiscutibles y genuinos de la terrorífica etapa de Agapito Iglesias en el Real Zaragoza fue su magnífica capacidad para cambiar de entrenador. Los técnicos entraban y salían del club a una velocidad supersónica, con el mismo destino, aunque figurado, que el de cualquier animal en un matadero. Víctor Muñoz es el primer entrenador del nuevo Real Zaragoza comandado por la Fundación 2032, una de cuyas prioridades debería ser romper con aquella estúpida manía de su antecesor de triturar técnicos por capricho. Muñoz viene heredado del régimen del pasado año: lo fichó Jesús García Pitarch y llegó una noche de la mano de Petón, persona de su absoluta confianza y posteriormente aglutinador de la actual propiedad de la SAD. Los resultados deportivos en los meses que dirigió al equipo la campaña pasada, en la que recogió una plantilla hecha un trapo, no fueron brillantes. Tampoco malos. El Zaragoza se salvó. Simplemente. Y Víctor aquí sigue.

Exfutbolista del propio club, aragonés, ha estado en la entidad en varias etapas en diferentes puestos, tiempo que le ha generado un desgaste en la ciudad a pesar de que en su currículum brilla aquella maravillosa conquista de la montaña de Montjuic frente al Madrid. La Copa del Rey que acabó con los galácticos. La apasionada y justificada ola de apoyo a los nuevos propietarios es mucho más tibia cuando se refiere a la figura de Víctor.

En unas circunstancias adversas como nunca, el técnico presentó en Huelva un equipo trabajado, competitivo y serio en defensa, quizá lo máximo a lo que podía aspirar hasta el momento. Eso significa que ha hecho muy bien su trabajo en la pretemporada, eligiendo un camino, siguiéndolo con firmeza y exprimiendo sus escasísimos recursos. Fue su primera victoria.