Quienes lo conocen bien cuentan que la habilidad, las manos, el tacto, la sensibilidad, la gracia, el don que posee Sete Gibernau para amaestrar con tiento 240 caballos de potencia sobre dos gomas estriadas, a más de 250 kilómetros por hora, sobre una pista cristalina, resbaladiza como el talco, le viene al muchacho de los tiempos en que papá Gibernau y el abuelo Paco Bultó le enseñaban a ir en moto de muy niño, casi de bebé.

Sete nació entre motos, creció entre motos y, como a los niños no les dejan salir a la carretera ni pisar el asfalto con aparato alguno, Sete debió de conformarse, de ser feliz, de disfrutar a los mandos de sus pequeñas motos en los caminos de carro, en las pista de tierra, de la finca San Antonio de los abuelos en el Penedés.

Luego, siendo ya piloto, papá Gibernau ayudó al mítico Kenny Roberts, el dios del mundo del dirt track (carreras sobre tierra), a gestionar el rancho que el marciano montó en Montmeló para enseñar a pilotar, al más puro estilo americano, a las jóvenes promesas del motociclismo español.

Sete explicó qué es correr en mojado: "Es cuestión de confianza, de valor, de tener un corazón inmenso y, sobre todo, de estar convencido de que puedes lograrlo, de que no te vas a caer". Gibernau asegura que, durante las últimas vueltas, supo adivinar dónde estaban los puntos difíciles del trazado. "Intuí todos los peligros, sortee los cuatro charcos que había en el trazado con la habilidad de un niño que corre a saltitos por una calle encharcada. Me creí invencible y me dejé llevar por el público, que me ha robado el corazón".

"Sete era hoy por ayer invencible. Tiene una habilidad especial para pilotar sobre mojado. Yo me he llevado dos sustos espectaculares al principio y he decidido no jugarme una caída. Otro día será. Nos veremos en Le Mans", dijo Rossi, resignado.

Le Mans, un lugar donde a San Pedro también se le suelen quemar las galletas, donde el cielo amenaza lluvia un día sí y otro, también. Otra jornada para el príncipe de las tinieblas. Llámenle Sete.