En otra época, en otro tiempo más temprano de la competición este empate en Cornellá hubiese tenido un gran valor. A trece jornadas para el final del campeonato, en posición de colista y muy descolgado de la permanencia, el punto conseguido por el Huesca supone una suma en la resta agónica que marca el reloj de la competición. El conjunto de Francisco necesita botines completos, no reaglos del amigo invisible, pero en parte tuvo lo que mereció después de entregar sin resistencia toda la primera parte y animarse en la segunda con mejores intenciones que fútbol. De nuevo, sin gol, herramienta imprescindible siempre, y más con estas estrecheces.

El encuentro tuvo sello de entrenadores. Malo. Terrible. Francisco y Rubi hicieron peores a sus equipos. El Huesca saltó al campo anestesiado, encogido, sin prestar atención a guión alguno que no fuera que le decapitaran al amanecer. El Espanyol se apoderó de todo frente a esa condescendencia. Se hizo con la pelota con un centro del campo sin marcas para deleite de Darder, Granero y Melendo y marcó de falta directa del Pirata, un bellísimo tanto que premiaba su incontestable jerarquía en la posesión. Pudo ser peor, pero Borja Iglesias y Wu Lei se entretuvieron más en asustar que en ejecutar.

Este juego tiene su margen de libre albedrío. La victoria del Espanyol se daba por segura y en un mal disparo de Galán nada más regresar del descanso, Pulido y Etxeita se inventaron un gol de alta costura: el primero asistió de verónica según le venía y el segundo fusiló a Diego López como un 9 a la vieja usanza. Tres defensas intervinieron en esa jugada que cambió por completo el sino del partido. El Espanyol perdió el sitio, la compostura y Rubi, con sus cambios, se encargó de desquiciarlo, de descomponerlo por completo. El equipo aragonés subió la presión para pescar en río revuelto, y aunque tuvo algún acercamiento peligroso del Chimy en rápidos contragolpes, pecó de nuevo de flacidez ofensiva pese a que Enric Gallego le da lustre a todo lo que hace.

El Huesca se fue a por el triunfo muy tarde, cuando apagaban las luces de un estadio al que llegó con 45 minutos de retraso, con el Espanyol partido como un melón y el público periquito encendido en llamas contra sus jugadores. Sacó un empate, a estas alturas, con sabor a derrota. Trabajó media jornada y el destino le pagó con una propina.