O Lalo Arantegui tiene previsto el desembarco de Normandía en la próxima plantilla, que no lo parece (se anuncia media docena de novedades como mucho), o el Real Zaragoza seguirá por esa travesía de insustancialidad y deterioro deportivo que comenzó hace una década y que se ha acentuado en Segunda División sin fecha de caducidad en el calendario de la racionalidad. Siempre y cuando permanezca en esta categoría y no caiga a la serie B, una catástrofe que ni el director deportivo contempla ni un servidor se atreve a plantearse por puro pánico más que por el acto de fe solicitado. A tres puntos del descenso y ante la evidencia de los hechos, los responsables futbolísticos ya han puesto las cartas sobre la mesa pública: el proyecto (se supone que de ascenso) que la directiva siempre viste de espejismos publicitarios en los últimos veranos es... a largo plazo. ¡Tachán!

¿Cuánto tiempo? Dos años según Natxo González, cuya posición es la del funambulista sin red y alambre bastante oxidado. La respuesta a esta pregunta queda sujeta a los designios inescrutables de cualquier empresa cuando no hay dinero de por medio ni interés por invertir, porque muy planificada que tenga Lalo esa ruta hacia el retorno a Primera, el grueso de los jugadores con contrato en activo a partir de junio no da para muchas alegrías. De esta forma, el buen propósito queda pendiente del acierto progresivo en futuras contrataciones, cesiones o perlas de la cantera que surjan por generación espontánea en un club que solo apuesta por sus chicos cuando aprieta la soga, sobre todo la económica. Es decir que la paciencia se afianzará como viga maestra de un edificio por construir sobre un solar ahora mismo prácticamente vacío pese a que abunden muebles de segunda mano. El piso piloto solo puede visitarse en la mente de Lalo.

Por partes. La portería está cubierta pero no es lugar seguro. Cristian Álvarez realiza una labor meritoria no exenta de ramalazos y Ratón es buen actor secundario, sin más. Ese puesto necesita un par de manos y de pies firmes. Los laterales, por diferentes circunstancias, han resultado una tremenda decepción con un Alberto Benito impedido por las lesiones (aunque pieza absolutamente válida) y por un Ángel sin ángel. Atravesado el ecuador de la competición, Delmás y Lasure se han ganado la titularidad --el primero con injustas desapariciones del once-- y la confianza en un crecimiento que puede conducir a ambos a ser defensores creíbles en un buen equipo. Lo mismo ocurre con Guti, centrocampista poderoso con genética superior que se ha elevado por encima del resto de los compañeros de zona, donde únicamente Eguaras da nota alta como faro, eso sí, intermitente. El centro de la zaga es un tormento. El joven Verdasca y el veterano Grippo resultan tan impulsivos como inconsistentes guardianes, de incontroladas reacciones y desajustes monumentales. Mikel González ha llegado en el ocaso cuando aún se esperaba que aportara poso, tablas, experiencia y Valentín... Sin comentarios.

El caso de Albert Zapater es el más delicado si se contempla desde la perspectiva sentimental. El aragonés ha protagonizado un fenómeno médico-deportivo sin precedentes para capitanear desde el dolor y el amor a un conjunto sin mayores pretensiones. Ídolo por lo que representa del pasado y por su trascendencia para que el presente no fuera peor, su tiempo se va consumiendo con veloz crueldad si lo que se pretende es dar un importante e inmediato salto competitivo. En caso contrario, no hay relevo para el de Ejea, renovado hasta el 2023 como patrimonio zaragocista. A su lado asoma Javi Ros, un esforzado de la ruta, un complemento que en su tercera temporada no ha terminado de definirse en el campo, superado siempre su compromiso kilométrico por un rendimiento guadianesco.

Por delante se cae el invento con estrépito. La línea de tres cuartos ha resultado de una finísima futilidad. Con Pombo examinándose cada jornada para despegar de una vez por todas de su talentosa habilidad con el balón hacia el planeta de los profesionales de cuerpo entero, el inadpatado Papunashvili y sobre todo Buff, descendiente directo de Aria Jasuru Hasegawa y Georgios Samaras, pertenecen a los experimentos sin gas. Del georgiano se espera que mejoren sus prestaciones a través del conocimiento del español, pero el lenguaje universal del fútbol parece su mayor problema. En esa nube flota Febas, del que todos fuimos una vez admiradores. Una vez o un par de ellas más. No más. Deslumbrante en la gesticulación cuando arranca con elegancia y desborde, se ha frenado en seco en su exageración interpretativa y en no pocas coces recibidas por los rivales. Es de esos niños prodigio superado por la necesidad de agradar en cada toma hasta acabar engullido por un egocentrismo improductivo. Mientras, Alain Oyarzun no produce noticias pero sí interrogantes: con esa zurda, ¿cómo es posible semejante crucifixión? Un capítulo con enigma sin resolver.

El gran acierto de la renovación del pasado estío ha sido un cedido que volará en el próximo. Borja Iglesias, en su aterrizaje en el profesionalismo, se ha destapado como un delantero grande, muy condicionado por los malos tiempos del Real Zaragoza. Toquero, al igual que Mikel González, ha sido castigado muscularmente por una vida anterior de intensidad y será complicado que regrese con su característica fiereza. Vinícius está para tocar el arpa.

¿Seis refuerzos para el proyecto? Más seis al siguiente y otros seis el que le sucederá dentro de ese particular matrioshka (muñecas rusas huecas que en su interior albergan a otra y esta a su vez a otra). En principio va para largo esta amarga función. Que nadie se impaciente en su localidad.