La quinta ciudad de España merece como mínimo tener el quinto equipo más poderoso. Es una vieja cantinela y una antiquísima aspiración del zaragocismo, que entiende que la jerarquía sociogeográfica debe ser paralela a la deportiva. El Real Zaragoza, sin embargo, jamás ha sido un club con aspiraciones, un pecado que se justifica con la necesidad de vender para sobrevivir. Una verdad a medias suele ser la peor de las mentiras. Esa tibieza de equipo mediano con convulsos y felices fogonazos en la Copa del Rey tiene mucho que ver con el compromiso pasajero que ha caracterizado a la mayoría sus dirigentes y a un triste programa de fichajes amenizado por aisladas sorpresas. La plantilla que tiene en sus manos Víctor Muñoz no es, en el fondo, diferente a otras muchas que jugaron entre claroscuros, pendientes de la inspiración de dos o tres futbolistas hasta extremos muy peligrosos si a éstos se les fracturan las musas o un hueso del pie. Pero el destino, el buen rendimiento en casa y un torneo a la baja lo han situado en una excepcional tesitura para replantearse un salto hacia delante: acudir por primera vez al mercado de invierno para reforzarse con un objetivo ambicioso. Un portero (esperando a Láinez), un central y, cómo no, un goleador es un buen menú para empezar. Sería una lástima que se negara como apuesta de futuro esa opción que tanto ha utilizado para salvar los trastos. Invertir para ganar; ganar para ser más que quintos... Y por fin no vender para tener, de verdad, un proyecto. Colorín, colorado.*Periodista