Al pie de la Alhambra, donde la belleza del atardecer es inigualable, el CAI intentará entrar en el cielo. Ayer, en un día para el recuerdo, excitante y conmovedor, al equipo le salió el sol. Un sol luminoso, brillante, un sol esperanza. En la caída del día de Zaragoza, ante 11.000 personas apasionadas y con una fe incuestionable en el milagro del ascenso, el equipo se levantó por encima del Granada con un baloncesto épico, de una carga emocional altísima y sembrado de argumentos para creer que la remontada no es un sueño imposible, que está a la vuelta de 40 minutos. Técnicamente, la eliminatoria está empatada (2-2). Emocionalmente, la carga de presión que cuelga sobre las espaldas del Granada es enorme: por primera vez en la semifinal jugará a todo o nada y sabiendo que puede perder.

A una victoria. Así de cerca se ha quedado la ACB después de un fin de semana de estados de ánimo diversos, de sufrimiento, de angustia y de alegría desbordada. Lo que hace siete días era un escenario lúgubre y pesimista ha dejado paso a un paisaje fértil, optimista y esperanzador. El CAI le ha dado la vuelta anímica a la eliminatoria después de ganar ayer su segundo partido consecutivo gracias a su soberbia serenidad en momentos de alta tensión y a la explosiva salida, en la que cosechó una renta notable (29-13, a la conclusión del primer cuarto), que le sirvió para no perder nunca el mando de un partido con dos árbitros impropios.

TODOS PARA UNO El segundo triunfo contra el Granada fue una victoria del colectivo, de la unión por una causa, del todos para uno, uno para todos . De esa unión salió la fuerza. El CAI, con seis jugadores con más de diez puntos, levantó una muralla defensiva, de brazos en movimiento, de anticipación, de nervio. Desde esa fortaleza, simbolizada en ocho primorosos minutos de San Miguel (anuló a Ordín, reboteó y anotó), el CAI construyó un muro imposible de saltar. El Granada, un equipo perseverante y luchador, fumigó la ventaja local y se acercó a cuatro puntos (44-40, minuto 21).

Fue un esfuerzo baldío porque el CAI, en el que el buen juego de Ciorciari volvió a ser el termómetro perfecto de la buena salud del grupo, no estaba para disgustos. El equipo se sobrepuso y tomó una ventaja clara (60-45) con muchos contratiempos a la vez. El CAI se quedó sin Hill los últimos catorce minutos por su persistencia en la falta inútil y por la imprudencia de Julbe, la misma que cometió con Walls, al que no fue capaz de sentar cuando hizo tres faltas antes del descanso e hipotecó su participación el resto del encuentro.

Eso sí, la impericia del técnico en esos dos detalles trascendentales quedó ninguneada por la soberbia respuesta de los pivots suplentes, especialmente Mesa y, también, Esmorís. Por ellos, por la profesionalidad de su comportamiento y por su acierto, el CAI mantuvo viva la llama del triunfo y llenó de nervios al Granada. Por ellos y por Lescano, un jugador de talla única, cuña de gran figura y decisivo como ninguno.