Ha comenzado a nevar de nuevo. Es extraño, pero ya ni me sorprende. A la vez que caen los copos, mis esperanzas para salir esta noche e intentar la escalada del Gasherbrum II se difuminan. Había cargado las pilas de nuevo, había cogido el acopio moral suficiente para lanzarme esta noche en solitario hacia la blanca cima de este gran montaña. No va a poder ser. La nieve va a borrar cualquier huella y para una persona sola, en medio del mal tiempo y con toda la montaña cubierta de nieve blanda, las posibilidades de éxito son nulas.

Ya no queda nadie aquí que intente el doblete, así que la decisión es totalmente personal. Creo que ya he trabajado y sufrido demasiado en esta expedición y no voy a lanzarme a un ataque desesperado en medio de la oscuridad, asumiendo unos riesgos, sin duda, desmedidos para una cumbre de estas características. Me relajo y ya solo pienso en la vuelta. Tengo sensación agridulce. Por un lado, el hecho de que me pueda llevar la cima del Gasherbrum I me llena de satisfacción.

Por otro lado, siento que me voy con la mitad de la mochila llena, tan solo, y eso me apena. Quizás me exijo demasiado, pero siento que así debe de ser. No hay alegría, solo la sensación de que al menos no he perdido todo este tiempo, de que una cima justifica todos los días de trabajo duro y desagradecido.

Es tiempo de volver, de ver a la familia y amigos, en definitiva, de volver a ser personas normales alejadas de este ambiente hostil que nos ha embrutecido hasta el límite. Ahí está el camino a la vida, hacia los verde valles y hacia el oxígeno. Pronto volveremos a ganar calidad de vida y volveremos a sentirnos seres humanos. Aquí queda el Gasherbrum II y muchas más cosas. Las experiencias vividas nos acompañarán siempre y, dentro de nada, las ganas de volver a caminar por estas montañas también lo harán. Siempre es así. De momento descansaré tranquilo, intentando positivizar lo ocurrido, para poder seguir soñando con este mundo de belleza y altura infinitas.