El ciclismo se convierte en arte cuando converge alguna de estas circunstancias: el viento de costado que corta al pelotón, la figura que se fuga en un puerto de montaña o el especialista que saca una minutada al resto de favoritos en una etapa de contrarreloj. El viento, tan peligroso y tan odiado por los ciclistas, mucho más que la lluvia, es una especie de arma de destrucción masiva del pelotón cuando sopla de lado, cuando un grupo de ciclistas, de un mismo equipo, se mueve de un lado a otro, siguiendo el movimiento de un abanico, busca la cuneta, y deja sin carretera a los rivales, que pierden segundos y, en ocasiones, minutos provocando persecuciones intensas que rompen el tedio en etapas llanas predestinadas al esprint.

ADIÓS A CERDEÑA

Algo así es lo que ocurrió este domingo en la tercera jornada del Giro, en la despedida de Cerdeña, cuando el viento de costado se presentó en los últimos kilómetros de la etapa. Todos lo sabían. Todos estaban avisados. Pero no todos tenían la picardía del Quick Step belga y, sobre todo, a Bob Jungels en nómina. El joven corredor luxemburgués, predestinado a recorrer el clamor ciclista de su país tras la retirada de los hermanos Schleck, destrozó él solito al resto de escuadras, ayudado por seis miembros de equipo, cinco si se resta al colombiano Fernando Gaviria que solo debía preocuparse, como así fue, de no perder la rueda de los compañeros, ganar la etapa y enfundarse el jersey rosa.

El resto de favoritos, entre ellos Nairo Quintana y Vincenzo Nibali (quien, por cierto, parece que está intentando provocar al colombiano más allá del 'fair play' deportivo) entraron cortados. Cedieron 13 segundos. Fue poca cosa. Este lunes descanso (por traslado a Sicilia) y, el martes, el volcán Etna.