La imagen que siempre acompañaba a Nairo Quintana era la del escalador triunfando en solitario, tras un ataque épico en las mejores cumbres del universo ciclista. Lo había hecho en el Tour, en Semmoz o el Portet; en el Giro, en el Monte Grappa o Blockhaus y en los Lagos de Covadonga, aquí en la Vuelta. Lo suyo, hasta ahora, era reservarse para las etapas verdaderamente de montaña, las que acababan en alto o las que llegaban a meta tras una dura subida al Galibier, como ocurrió en julio cuando ganó en Valloire. Pero nunca se le había visto con la careta, con la transformación, con el genio exhibido ayer en Calpe para ganar la segunda etapa y situarse a solo dos segundos del jersey rojo de líder que conquistó el irlandés Nicolas Roche, hijo del mítico Stephen Roche. Quintana, para que nadie lo dude, está en modo Vuelta.

No fue la segunda etapa de la ronda española una del montón. Qué va. Es de las que dará que hablar y posiblemente hasta marque buena parte de la historia de la carrera con ya algunos de lo supuestos protagonistas perdidos (o casi) en la pradera de la carrera. Y buena parte de lo que sucedió, de la victoria de Quintana, del golpe de Nairo sobre la mesa de la Vuelta, la tuvo el de siempre, el único, el irrepetible, el constante y el eternamente fantástico Alejandro Valverde. Podía haber sido hasta una segunda etapa resuelta al esprint pero no estaba el campeón del mundo para desperdiciar las asfixiantes rampas de Puig de Llovera.

Allí, Valverde, el del genio y figura hasta la sepultura, se propuso destrozar la Vuelta a 28 kilómetros de la meta de Calpe para ahogar a buena parte de los rivales y para marcar el territorio a Quintana. Entre los dos, líderes, muchas veces cada cual a lo suyo, evidenciaron que con una perfecta colaboración se puede construir un edificio y comenzar a poner los cimientos para un triunfo en la Vuelta.

Valverde llamó a la revolución y Quintana se mantuvo atento para estar donde tenía que estar, ya en el descenso del Puig, y responder a la ofensiva final de la etapa, iniciada por Mikel Nieve y seguida por un rabioso Primoz Roglic, con Fabio Aru y Rigo Urán al acecho. Pero cuando quedaban tres kilómetros, atacó Nairo, como viendo montañas donde solo había llano y rascacielos. «No miraba atrás, si llegaba, bien y si no, también». Ganó.