Milla tuvo mala suerte con la concentración de lesiones de jugadores importantes, pero no se hizo con el equipo, que se le escurrió entre las manos semana a semana, poco a poco, hasta el día del juicio final. Su Zaragoza fue un Zaragoza muy frágil en defensa: 16 goles en contra y un carromato de ocasiones concedidas por todos los flancos. A Milla le penalizó el fichaje tardío de José Enrique (y la baja forma en la que llegó) y su obstinación infundada e incomprensible con el paso de las jornadas en Isaac e Irureta, que lo mataron a disgustos y cuyo pésimo rendimiento terminó por convertirles en verdugos indirectos de su despido. Cuando era tarde y su sentencia ya estaba redactada, el turolense se atrevió a cambiar de portero. Ratón le salvó un punto en Valladolid con un debut notable, pero no el puesto, que lo había perdido tiempo antes.

En muchos de los partidos que Milla dirigió al Real Zaragoza jugó sin guardameta o con un enemigo en la portería. Irureta le costó un buen puñado de puntos con actuaciones a medio camino entre la imprudencia, el surrealismo y la comedia. En diez jornadas recibió 16 goles (1,6 de media, una de las peores estadísticas de la categoría, lejos de la mínima decencia) y trasladó su estado de inseguridad al sistema nervioso del equipo.

En su estreno Agné le dio la condición de titular a Ratón, consecuencia natural de su buen partido de Valladolid. El gallego, mucho más joven que su competidor y por tanto más inexperto (23 años por 30), se ha ganado el sitio. Está ante la oportunidad de su carrera, ha parado en sus dos primeros encuentros, ha ganado puntos, transmite seguridad, está sereno y no ha cometido excentricidades. El Zaragoza por fin juega con un portero.