En lugar de ponerse a adornar el árbol de Navidad ante las inminentes y entrañables fiestas, el cuerpo técnico debería preparar las maletas, pedirle prestado el talón de cheques a Alfonso Soláns y marcharse al mercado de invierno para reforzar a este Zaragoza sin patrón ni marineros que cabalga hacia el abismo tras sumar su tercera derrota en casa de forma consecutiva. Allá, en el mes de enero, que es cuando se abren las puertas de los grandes almacenes del fútbol español, está obligado a comprar o a pedir prestado, pero podría vender también a alguna de las figuritas del Belén que tiene en la plantilla para compensar gastos. Si los responsables del club dejan pasar este tiempo de rectificación eligiendo entre el turrón duro o el blando, el conjunto aragonés se meterá a jugar en la boca del tiburón una temporada más.

El Athletic, como antes el Mallorca y el Espanyol, plasmó de nuevo que el Real Zaragoza es un equipo medio que cae en la medianía en cuanto tiene un rival enfrente con algo de enjundia. No es un mal pasajero, ni una racha, ni siquiera una crisis. Se trata de una cuestión mucho más profunda: anclado en la derrota o en el empate insustancial, el conjunto de Víctor Muñoz da nítidas muestras de ser un perdedor perdido, incapaz de manifestarse como un bloque homogéneo y seguro, empobrecido de gol, carente de planificación dentro y fuera del campo, (Víctor Muñoz repite los cambios como un autómata, como si le dirigiera un caducado programa informático o no creyera demasiado en lo que hace). Los números también están para algo, y ya no sobran dedos en la mano para llevar la cuenta de los despropósitos. Siete encuentros enlazados sin un triunfo; cuatro derrotas, tres de ellas en La Romareda sin marcar un gol; tres puntos de 21 posibles...

La depresión del 2004 tenderá a prolongarse si no se toman medidas ocurra lo que ocurra el próximo miércoles en Riazor, donde, al final de la cita con el Deportivo, los jugadores se irán de vacaciones pese que, después de lo de ayer, dé la impresión de que alguno de ellos hace tiempo que las cogió por adelantado. Porque a los defectos de fábrica de un equipo limitado y corto de personal cualificado, hay que incluir errores por una escandalosa rebaja de tensión y actitudes, caso de Milito, que transita por los partidos con una indolencia y un pasotismo para tomar nota. Siendo como es el central argentino pieza clave de la frágil maquinaria, el Real Zaragoza chirría en defensa hasta provocar sordera en la afición y no pocas ocasiones para el enemigo.

CON LOS BOLSILLOS LLENOS Venían los bilbaínos con su traje de visitante triste, con un solo punto ganando lejos de San Mamés, y se fueron con los bolsillos llenos de dulces, celebrando su primer triunfo a domicilio, un excelente rendimiento y el gol 4.000 de su historia. Hicieron lo previsto, nada más. Valverde formó con un tridente con Ezquerro y Etxeberria en punta y Yeste, cuya zurda pintó más que la de un voluntarioso Savio, a lo suyo. El resto, un disciplinado ejército, jugó para ellos, en largo, al contragolpe. El Real Zaragoza intentó escalar esa roca a cabezazos, con acciones individuales, desligado del fútbol de asociación. Savio contra el mundo recaudó pocos beneficios, todo lo contrario que Yeste, arropado por una idea bien concebida y mejor ejecutada. El 10 del Athletic fue el eslabón entre el rústico despeje y la gestación del juego inteligente, demasiado para el equipo aragonés, que rellenó los crucigramas de la mano de Movilla como si sólo hubiera casillas horizontales.

Exteberria de tiro cruzado, Ezquerro, quien saltó de cabeza en el área pequeña sin más oposición que sus rizos, y un magistral lanzamiento de Yeste a la escuadra resumieron lo diferencia que hay entre un equipo y una batallón desperdigado. Anunciaron los vascos el gol y lo tuvieron en un penalti que Luis García detuvo a Iraola, una pena máxima que Milito había cometido sobre Yeste. El portero se lució por primera vez en su penosa carrera zaragocista, pero su alegría duro poco. Mientras todo esto ocurría, el Zaragoza, sin transición alguna, dejó que Milito, Alvaro y Ponzio fueran los pensadores, con lo que el balón viajó con jaqueca desde sus posiciones hacia una delantera aterrada por el peligro de lapidación. De tanto centrar olvidaron sus labores, y Ezquerro, de cabeza, cómo no, puso en ventaja a los rojiblancos adelantándose en un córner a una defensa de tómbola.

Villa y Oscar no se encontraron, y Galletti, quien por arte de magia o compensación dejó a Cani en el banco, hizo lo de casi siempre, correr con la cabeza bajo el brazo. En ese estado de desolación de recursos, hubo un espacio para el empate, pero Aranzubia, quien tuvo las manos blandas toda la tarde, detuvo un disparo de Milito y otro de Savio.

No hubo más historia ofensiva, aunque sí para el Athletic, que se puso a jugar como si enfrente tuviera al Standard de Lieja o al Amurrio. Paredes, llegadas en superioridad numérica... Ezquerro no perdonó un desliz de Alvaro y marcó a placer el segundo. El Zaragoza es ahora mismo una agrietada torre de Babel donde cada futbolista tartamudea lenguas distintas. Hay dos opciones para el mercado de invierno: fichar refuerzos o a un traductor.