En dos meses y medio, el Real Zaragoza se ha sometido a una cirugía integral de la mano de Lalo Arantegui. Antes de la medianoche del mercado de verano, el director deportivo salió de la sala de operaciones con la nueva criatura en brazos, un equipo reconstruido de los pies a la cabeza y que ha sumado sus dos últimas e imprescindibles piezas sobre la bocina, Mikel González y Vinicius Araujo. En esa última intervención también se ha logrado la desvinculación de Irureta y Xumetra para concluir con el incómodo lastre económico y deportivo que suponían los descartados. Por diferentes motivos y circunstancias se ha completado una revolución que ha visto marchar a 26 futbolistas para recibir a 14 y a un nuevo entrenador y que sólo conserva a seis jugadores del curso pasado más las tres incorporaciones de la cantera, Delmás, Zalaya y Lasure. Natxo González contará así con 23 fichas.

Ratón, Zapater, Valentín, Pombo, Javi Ros y Raí (Wilk al margen) son los supervivientes de este tsunami premeditado que ha arrasado con casi todo. Cuando Arantegui llegó al cargo a finales de febrero, se puso a trabajar en un proyecto que no contemplaba semejante ejercicio de liquidación (ni tan siquiera la de Raúl Agné), pero en ese tiempo comprobó que había que desmontar ese equipo perdedor, avejentado y muy descompensado. Le fue imposible, como pretendía, mantener a Ángel y Cabrera, y comenzó una laboriosa selección bajo el filtro de una metodología que prioriza el conocimiento propio de la matería: ningún vídeomontaje y negociación cara a cara. Por supuesto en ese trayecto ha arrastrado los grilletes de las dificultades del límite salarial, un obstáculo insalvable.

Buff, Papunashvili, Eguaras, Toquero, Febas, Christian Álvarez, Benito, Ángel, Alain, Borja Iglesias, Grippo y Verdasca formaron el grueso de adquisiciones a toda máquina para que Natxo González dispusiera de la base para imprimir su estilo. Por la senda de la pretemporada y también de la competición quedó en evidencia que la defensa se había quedado coja por el centro y que había que alimentar el ataque, lagunas que estructuralmente se han solucionado con los fichajes en propiedad de Mikel González y Vinicius Araujo, en principio dos refuerzos notables. El aluvión de novedades, unas sin experiencia en el fútbol de élite, otras procedentes de competiciones menores y algunas del limbo del paro, no ha ofrecido todavía una dimensión real que lo puede dar de sí este Real Zaragoza. Se ha solicitado paciencia y tiempo para elevar un bloque fiable que ha ido ganando simpatizantes por la ruptura con el pasado y la necesidad de hallar un motivo para creer. La cifra de abonados alcanzada hasta el momento, 21.000, confirma el corazón incombustible de una hinchada que se niega a abandonar al club pese a que cumpla su quinto año consecutivo en Segunda.

Las sensaciones con la nueva piel no son ni buenas ni malas. El objetivo es que este conjunto joven e inexperto, con las posiciones dobladas y el apetito afilado vaya progresando adecuadamente en armonía, competitividad y resultados. Que se haga fuerte en cuanto adquiera identidad y personalidad. Por el momento la lucha por el ascenso le viene algo grande a la espera de que se despejen todas las incógnitas sobre el campo, el escenario de la verdad.