Frente a un Villarreal exquisito y dominador del balón que no de los momentos del encuentro, el Real Zaragoza defendió hasta las últimas consecuencias, hasta la tanda de penaltis en su faceta de muerte súbita, el fútbol que le había llevado a luchar por el título. Y lo consiguió con una personalidad intachable y un carácter ganador contra el que encalló poco a poco el hermoso Submarino. Azón detuvo la pena máxima que decidía la final como había atajado en la primera parte un penalti a Morante que pudo haber cambiado la historia. El guardameta sale como héroe señalado por los focos, los méritos individuales y la admiración popular, pero este equipo juvenil de Iván Martínez es mucho más. La disciplina, el orden, el compromiso colectivo y la correcta interpretación táctica para sobrevivir y, con el paso de los minutos, crecer, otorga por derecho propio el trofeo a los aragoneses, colosos de principio a fin. Desde A Madroa, donde acabó con Atlético y Celta, a Balaídos. La próxima temporada espera la UEFA Youth League como premio extra y sensacional. Sin encajar un solo gol en todo el torneo...

Salió al encuentro algo encogido, muy pálido, acongojado por el nervio aún tenso de la responsabilidad. El Villarreal tiene futbolistas de pasarela, sobre todos sus atacantes, y no tardó en poner al Real Zaragoza contra la cuerdas con sus posesiones constantes, de toque elegante y circulaciones largas. El equipo de Iván Martínez se presentó a un examen final cuando Azón derribó en su salida a Fernando Niño. Morante lanzó el penalti y al arquero adivinó la dirección del tiro. Hubo un antes y un después sin que fuera fronterizo en el fútbol, pero sí el ánimo de los zaragocistas, que se rearmaron como un ejército de perfectos movimientos defensivos, con una coordinación sublime cuando su rival se paseaba por la frontal del área sin hallar ventanas hacia Azón. Jugaba el Villarreal con demasiados nudos enfrente, contra un equipo de gigantesco trabajo corporativo donde, en ocasiones, el sudor de unos se confunde con el de otros y el corazón late en una única dirección: ser invencibles.

Al Submarino comenzó a nublársele el periscopio, porque quizá no esperaba esa respuesta. Le pudo algo la soberbia, aunque su principal pecado fue cruzarse en la final con un Real Zaragoza sabedor de qué hacer en cada respiración, en cada metro que ganar o recuperar. El sacrificio grupal dio paso a las amenazas para la portería de Filip Jorgensen. No muy llamativas, pero lo suficiente como para que el conjunto castellonense entendiera que la final no iba a ser un paseo militar. Se plegó y se replegó el Real Zaragoza juvenil con armonía, blindado sobre dos líneas de fuerte atrincheramiento, dirigidas por Javi Hernández atrás y Francho por delante. Apuntaladas por la primera presión de Alastuey o Jiménez, esperando a Rodrigo Val por la banda derecha para otorgar algo de salida cuando más estrangulaba el Villarreal.

El encuentro se fue equilibrando con el paso de los minutos y la escasez de oxígeno por el esfuerzo. La entrada de Sancho, Torres y Puche resultó una bendición para el equipo de Iván Martínez, que manejó los cambios con sabiduría. El Real Zaragoza soltó amarras y comenzó a navegar, a presentarse en el área de su enemigo y no para sembrar rosas. Puche tudo dos ocasiones de órdado, la primera tras un error de Jorgensen en la que tardó en decidirse con la portería vacía. Sancho hacía sangre con un rosario de regates de alta escuela y Francho seguía ejerciendo de mariscal. El Villarreal asumió que la prórroga era lo mejor que podría ocurrirle.

En ese tiempo de más por falta de goles, el Real Zaragoza no se desvió un solo milímetro del esfuerzo y halló espacios para expresarse con mayor libertad. Cuando expiraba la segunda parte, el minuto 118, Puche se plantó ante Jorgensen y el portero evitó el gol con el dedo gordo de su pie. Era la hora de Azón. Los penaltis se eternizaron después de que ambos equipos erraran sus primeros lanzamientos. La tensión alcanzó la cumbre del suspense porque todos embocaban, incluso a lo Panenka como en el caso de Vera. Entonces Azón dijo basta y provocó el delirio al adivinar la intención de John Nwanko.

El Real Zaragoza conquistó su corona de campeón con un comportamiento brillante y un fútbol aderezado de inteligentes decisiones no exentas de un enorme ejercicio de orgullo. Tuvo que esperar y sufrir; calibrar cada acción con puntualidad... El suyo fue un recital de grandeza contra un adversario de altísimo nivel que le exigió lo máximo. Fabulosa final que ganó el que mejor gestionó sus virtudes. El que elevó el trabajo a la categoría de arte