La afición del Real Zaragoza tiene unas ganas bárbaras de celebrar un éxito. Hay cientos de botones de muestra de ese apetito a lo largo de los últimos meses. Sin embargo, lo único que está viviendo son disgustos. Ahora mismo, el miedo está instalado en el zaragocismo: solo hay cuatro puntos de renta con el descenso y el equipo emite malas señales.

El riesgo está latente. Lo habrán oído porque ha corrido como un silogismo. El descenso a Segunda B es sinónimo de desaparición del Zaragoza. No lo es: no hay causa-efecto. Un hipotético descenso sería un castigo deportivo colosal, que la plantilla debe evitar a toda costa, pero la (mala) vida podría seguir. Eso sí, con un problema financiero tremendo al que la SAD debería buscar respuesta como se responde en la empresa: con dinero. Aprietos muchos, sofocos todos, callejones con pocas salidas también, pero dejar morir voluntariamente al Zaragoza difícilmente será una opción.