Enumerar los males del Real Zaragoza no lleva mucho tiempo. El trabajo de investigación se reduce a un equipo que no sabe defender cuando hay que ser serio y riguroso y que ataca con artrosis. Articula su fútbol con parsimonia y permite al rival un tránsito más o menos plácido por los partidos. No amenaza lo más mínimo y cuando lo hace, en Los Cármenes una vez, se le encoge la pierna como un acordeón al soltar el aire de un triste tango. Así ha entrado en una nueva crisis, en un estado de alerta del que había salido con la llegada de Víctor Fernández y al que regresa para luchar por la permanencia con un colchón blando de cuatro puntos sobre el Extremadura, su más inmediato perseguidor, justo a su estela. No da pánico pero asusta. No invita a la tragedia pero abre la puerta al drama. No se sabe muy bien dónde está anímicamente aunque como equipo su localización es fácil: cerca del abismo, y en ese punto geoemocional todo es posible. Lo peor también. ¿Cuál es el proyecto que está diseñando Lalo Arantegui para el futuro fichando en Teruel y ojeando perlas en Nigeria? ¿De verdad que este club va a algún destino deportivo que no sea convertirse en una institución en Segunda, con la promesa permanente del ascenso y el descenso en los talones?

En un córner se tiró por el hueco del ascensor cuando no se habían llegado a los cinco minutos del encuentro. Su espíritu suicida en las acciones a balón parado es famoso. Carece de centímetros para este tipo de duelos y además salta hacia abajo. Germán apareció como un cíclope y cabeceó sin resistencia alguna. Si no busca soluciones inmediatas a ese problema de mártir reincidente en una categoría que suple el déficit de calidad acortando los caminos para pisar el área, el Real Zaragoza seguirá siendo pieza fácil para cualquiera. A estas alturas, reparar una tara de nacimiento resulta muy complicado. Lo grave, si se pueden añadir más notas al parte médico de la delicada salud del enfermo, es que tampoco cuenta con prestaciones ofensivas como para equilibrar la competencia por los puntos. No es necesario que le atosiguen en exceso e incluso, como ocurrió con el Granada, se convierte en poseedor inocuo del esférico, al que pasea por el campo con correa, como si sacara a pasear el caniche una tarde soleada por el parque del barrio.

Víctor Fernández se agitó en la banda como nunca, desesperado, intentado corregir exámenes suspendidos desde la matriculación, es decir desde el verano cuando se confeccionó esta calamidad. Los futbolistas, además, han reducido la fe en sí mismos, incapaces de discutir un partido más allá del saque de centro incial en ambos tiempos. El Granada no se esmeró en acrecentar las diferencias en esta cita, consciente de que con medio depósito le daba para llegar a la victoria. Entregó metros y balón y se sacó unos unos cuantos contragolpes para sentenciar sin que le sonriera la puntería, posiblemente contagiado por un Real Zaragoza que ha metido un tanto en las últimas cuatro jornadas y que se ha olvidado de ganar en La Romareda, una fortaleza asaltada toda la temporada sin necesidad de pértiga.

Su incapacidad de tres cuartos de campo hacia delante fue un poema. El centro del campo lleva una velocidad menos, física y mental, y la parte de arriba es una azotea desahabitada, sobre todo con Gual, un ariete que cuanto más cerca está de la portería más se aleja. Igbekeme le metió dinamismo y Pombo pidió el balón, pero como si fueran por libre, casi siempre recurriendo a Benito y Nieto como únicas alternativas atacantes, con centros colgados sin malicia al tendedor de Rui Costa. Paquidérmico, plano y sin profundidad alguna, el Real Zaragoza hizo todas las rotondas de Los Cármenes para, al final, regresar sobre sus huellas y empezar de nuevo esa angustiosa composición. Tiró Aguirre para empatar en la recta final pero puso el interior pidiendo perdón. El Real Zaragoza recibió el gol y avanzó después hasta la aduana que le permitió el Granada. En ese punto se le encasquilló la pistola de agua, con todos pasándose la vez frente al arcoiris sin atreverse a lanzar por no molestar. El Real Zaragoza solo sabe dispararse al pie. La cuestión es que ahora se apunta al corazón con mucho tino. El dedo en el gatillo, no obstante, lo han puesto son ilustres constructores. Que nadie desvíe el punto de mira.