De su casaca no cuelga ningún galón, sólo gotas de sudor. Pero ayer, con su espíritu rebelde e incorformista, con un plus de intensidad y un corazón entregado a una causa de la que son actores secundarios, revitalizaron a un CAI desalmado con una inyección de profesionalidad contagiosa. Sabaté y Mesa, Mesa y Sabaté, cuyo rol en el equipo ha perdido peso y lo seguirá haciendo, reivindicaron en la victoria contra el Ourense un trocito de cielo. En una noche que no estaba preparada para ellos se ganaron el protagonismo estelar por su actitud generosa. De su entrada en pista partió la reacción furiosa del CAI en el tercer cuarto y la perspectiva del tiempo dijo luego que ahí, en esos minutos, se cimentó el triunfo final.

Hasta el minuto 26, que fue cuando todo se empezó a gestar, el equipo de Julbe miró por detrás a un rival de cinco jugadores, dos grandes americanos (Shoemaker y Wright) y un extraordinario base (Bernabé: 11 puntos, 10 asistencias y 6 robos). A rebufo del Ourense, sin palpitaciones defensivas y con un ataque atropellado, el CAI pisaba más cerca la frontera de la derrota que la de la victoria. Hasta que todo cambió de la forma más inesperada. La revolucionada entrada en pista de Sabaté y Mesa provocó un efecto dominó. Fue como conectar el equipo a la corriente eléctrica.

MEJOR DEFENSA El CAI precintó su aro y recuperó durante cerca de diez minutos un nivel defensivo olvidado en el pabellón Príncipe Felipe. Lo hicieron todos (el Ourense anotó sólo 16 puntos en los últimos catorce minutos), pero lo provocaron Sabaté y Mesa. Cuando Alfred Julbe los hizo comparecer en la cancha con la humilde misión de dar descanso a jugadores de mayor entidad, ellos se sublevaron y, en un arranque de orgullo individual, se ganaron el derecho a continuar jugando en la fase decisiva. En ese instante, el marcador señalaba 56-63 en contra.

Un triple decisivo de Sabaté, otra canasta suya con tiro adicional, dos puntos bajo aro de Mesa y dos tiros libres de un brillante Otis Hill pusieron el partido del revés y lo orientaron hacia el casillero del CAI. En esos cuatro minutos de ira y de rebeldía, el Ourense se quedó fundido. Porque en el último cuarto, con el viento de cara y la máquina a pleno rendimiento, todo fue sencillo.

Además de un tono reivindicativo de mucho valor personal pero, seguramente, de escaso predicamento para su futuro, la decimoctava victoria dejó para siempre el regreso de Matías Lescano y la evidencia pública de que Alfred Julbe ha borrado de su lista a Lester Earl, del que por fin ha comprendido la irrelevancia de su presencia y al que ya identifica con un americano del pasado.

Lester, que estuvo tan impetuoso como siempre y tan desacertado como muchas veces, vio casi todo el partido desde el banquillo y recibió la constatación efectiva de una decisión que ya conoce. Con la toalla sobre la cabeza y con la mente en su Kansas natal, cabizbajo, pasará a la historia como un fichaje insuficiente y, por tanto, equivocado.