Dulces. Así supieron el gol de Cani y su asistencia para Villa que dieron la victoria al Real Zaragoza en Riazor, la primera como visitante en lo que va de temporada. Porque hay momentos en el fútbol que los reconoce el paladar, como ese par de exquisitos detalles del canterano en un partido de histerias defensivas y, como consecuencia, de relámpagos atacantes con ocasiones para todos los gustos. El regreso al triunfo después de siete jornadas, tres puntos balsámicos en lo deportivo y en lo social, hay que apuntárselo en el inventario al equipo, pero la firma le corresponde a Cani, a su par de detalles artísticos que permiten al Real Zaragoza llegar a las fiestas de Navidad con ganas de celebrarlas. Tiempo de paz también en la clasificación, que amenazaba al conjunto aragonés antes de visitar al decadente Deportivo con el aliento de sus puestos más bajos.

El encuentro se descubrió simpático para los delanteros, para los chicos atrevidos en una noche de regalos, sobre todo de la retaguardia del equipo de Javier Irureta, que compitió con la aragonesa en errores hasta llevarse el primer premio. En esa tesitura, las individualidades adquirieron un protagonismo estelar, y el ayer capitán Cani decidió aparecer como un cometa de cegadora luz creativa para dejar boquiabierto a todo el mundo, a los que creen en él y a los que dudan.

PRIMERA APARICION El genio que lleva dentro, adormecido por una personalidad aún por madurar, apareció en La Coruña como el champán descorchado tras un periodo de larga agitación. De su bota brotó una burbuja para inaugurar el marcador tras una pared con Oscar que el mediapunta resolvió en la frontal del área con un sutil toque por encima de Molina. El maravilloso invento, inesperado porque su clara situación para el remate aconsejaba un disparo seco, fue un claro mensaje de que el partido se podía ganar. Villa podía haber escrito ese telegrama mucho antes, pero a portería vacía tiró el balón fuera después de un rechace de Molina a disparo de Savio.

Las bandas se abrieron de par en par, por donde Savio y Munitis se elevaron por encima del resto en su afán vertical, y también la tierra de los centrales, inseguros e imprecisos. Ponzio sufrió, pero no lo hicieron menos Scaloni y Andrade, ambos con una terrible amnesia defensiva durante todo el encuentro. En una noche con escasa cordura futbolística, con el centro del campo como un solar hasta que el Real Zaragoza lo hizo suyo en la segunda mitad, Valerón pidió su porción de fama. Luque y Tristán empezaron a funcionar sólo cuando el canario les dio cuerda con su visión panorámica del juego. Sin embargo el empate no nació de sus pies de goma, sino de un centro de Munitis que Pablo Amo envió de cabeza sin ninguna oposición dentro de la portería defendida por Luis García.

CASTIGO INMEDIATO Cándido por arriba, como siempre, el equipo de Víctor recibió un castigo inmediato con el segundo tanto local, aquí sí con Valerón fabricando la igualada de tacón y con un posterior pase a Luque que éste sólo tuvo que empujar a la red ante la indecisa salida del portero zaragocista.

Los buitres sobrevolaron lo que parecía el cadáver del Zaragoza, siempre obligándose a situaciones límite, pero como había barra libre en defensa para todo el que quisiera brindar, los rizos de Milito propulsaron como muelles un falta botada por Savio. Hete aquí que a Molina le cogió pensando en las vacaciones de Navidad y la pelota entró por la escuadra para que el equipo aragonés pensara que la victoria estaba todavía a su alcance.

CANSANCIO LOCAL A partir de ese instante, el Deportivo sacó la lengua en un gesto inequívoco de avejentamiento, de decrepitud, y se entregó, confirmando que su imperio está en clara decadencia, lejos ya de la época dorada. Cani, quien no había abandonado jamás el encuentro con un excelente trabajo en compañía de Oscar, otro que volvió a hacer suyos los espacios intermedios para pesadilla de Sergio y Mauro Silva, abrió de nuevo la caja de bombones. Igual que en el gol, traía una vaselina dibujada desde tiempo atrás. Controló el balón, se detuvo y observó el horizonte para mandar un balón por encima de Molina que David Villa cabeceó a placer.

El auténtico placer fue ver al canterano en su momento más dulce desde que presentó sus credenciales en Primera División. Su regalo para el fútbol y sobre todo para el Real Zaragoza no tiene precio. Viene de muy dentro, del país de la fantasía, del reino de Peter Pan, donde unas veces se distrae y, otras, como ayer, pasea a sus anchas con una varita mágica, convirtiendo en dulce todo lo que toca.