El gol de Generelo brotó como un tesoro inesperado en el minuto 83, cuando el camión de la basura amenazaba con recoger el partido para llevárselo al vertedero. Porque el encuentro no merecía anoche otro destino. Los checos formaron una barrera humana (inhumana) para impedir una posible humillación y el Real Zaragoza fue incapaz de hallar argumentos para superar en más de una ocasión esa propuesta troglodita. Se sabía que el Sigma iba a acudir con ese traje blindado, y sin embargo, el conjunto aragonés fue incapaz de desabrocharle a su rival un solo botón hasta que Generelo, tras una pared con Villa, bajó la cremallera del gigante de un potente disparo desde la frontal del área.

La Romareda esperaba que esta eliminatoria quedara vista para sentencia en casa, pero se torcieron los planes. Ahora habrá que esperar a Olomouc para descubrir si este enemigo es más peligroso en su campo o si lo suyo es tan sólo la resistencia a domicilio. En cualquier caso, ese solitario gol da tranquilidad sin otorgar comodidad ya que se desconoce cuál será la respuesta del Real Zaragoza en ese compromiso que se antoja mucho más incómodo que el de ayer. Otra vez a sufrir, se supone.

UN BOSQUE DE CENTRALES El despropósito alcanzó cotas mayúsculas desde el instante en que el Sigma compró una finca junto a su área, plantó un bosque de centrales y se puso a la sombra de un sistema megadefensivo para derribar cualquier intento de asalto al empate inicial. No se preocupó ni de asomarse a la ventana ofensiva. Su entrenador, Ulicny, subió a la báscula a sus futbolistas y concentró centímetros, músculo y disciplina. La masa le resultó productiva porque el Real Zaragoza quedó atrapado en ella, como subyugado frente a esa elevada y alta construcción sin ornamento alguno. Salvo Savio, que intentó escalar la muralla con sus bicicletas, el resto acudió con certero desatino a la acción individual, al pase inconexo, a la ausencia total de criterios para intimidar lo más mínimo al meta Vaniak, otro tallo de cuidado.

Cuartero, Alvaro, Milito y Aranzabal vivieron el partido más plácido de sus vidas, y sin embargo no fueron ajenos a la ansiedad que se apoderó de sus compañeros y que les transmitió la inquietud de que los chechos llegaran una vez y pudieran marcar. Luis García, congelado por la inactividad, les ofreció esa oportunidad: salió a despejar un balón a media altura con el puño y lo estampó en el aire. Como no había nadie por allí lo que pudo ser un drama se quedó en un fallo chillón.

El espinoso y espinado sistema de contención de los checos se le atragantó al Real Zaragoza, pero no sólo por la negación del fútbol que hizo su enemigo, sino por otros asuntos que llevan también púas propias. Por ejemplo la presencia de Drulic en la alineación. Si a cualquier delantero de andar por casa le hubiesen concedido tantas oportunidades, sería titular con Brasil. El serbio tomó el relevo en el once de Javi Moreno y ratificó lo que se sabía, que su fichaje fue el descubrimiento del siglo. Entorpeció como nadie, favoreció el tapón visitante y un remate que tuvo a placer casi lo saca de La Romareda.

NOCHE ACIAGA Tampoco hay que cargar contra Drulic en exclusiva. ¿Dónde estuvo Movilla? El Pelado tuvo una de esas noches aciagas, sin toque, sin ángel, sin capacidad para gobernar en la dictadura del horror, por donde Cani fue la estampa del desaliento y Soriano vagó en desigual pelea contra molinos de viento. A la desaliñada tropa, angustiada por el terreno minado y la proliferación de bunkers, se unió Villa, que se empeñó en hacer la guerra en solitario y acabó desquiciado hasta que, en una acción aislada, logró conectar con Generelo, el único con suficiente lucidez en el túnel.

El camión de la basura, conducido con orgullo y pulso firme por el Sigma, se retrasó unos minutos. Lo justo para que Generelo apareciera con una flor en la punta de la bayoneta que alumbra el futuro del conjunto aragonés en Europa. Porque esta batalla aún no ha terminado.