Dentro de todos los Messi que habitan en Leo el Liverpool tuvo la desgracia de toparse con uno absolutamente desconocido. Incluso para el mismo Messi. Y el fútbol tuvo la fortuna de encontrarse, una noche más, con un genio. Disfrutó de la creación artística de un genio universal que lleva años transformando los límites del juego hasta hacerlos prácticamente suyos. Dentro de los miles de partidos que suele jugar Messi en 90 minutos se asistió a un encuentro único, al que cuesta hallar una definición terrenal.

Toneladas de fantasía creativa resumidas en una falta maravillosamente ejecutada, que generó un impacto global.

«No sé si podremos hacer un mejor partido que este», afirmó Jürgen Klopp, claudicando de forma implícita ante el inagotable talento desplegado en tan poco tiempo. No hay rencor alguno. Es pura resignación. «En momentos así es imparable. No me ha sorprendido nada de lo que hizo. Soy un gran admirador de él», admitió el técnico alemán. Si acaso existe alivio. «Me alegro de no tener que enfrentarme a él cada temporada», confesó Virgil van Dijk, uno de los mejores centrales del mundo, víctima de la tormenta messiánica que sacude el Camp Nou desde hace casi tres lustros.

En ese largo y placentero viaje, desde el tacto y la calma que proporcionaba Rijkaard al prudente y eficaz Valverde, el Barça ha disfrutado de una prolongada estancia en el paraíso. Y quien siempre le abre la puerta es Leo. En la evolución del 10 se entiende, al mismo tiempo, el giro futbolístico de un equipo que se sostiene sobre una idea traída por Cruyff en la que nadie creía.

Idea escrita luego en la libreta de Van Gaal, inyectada de energía por Rijkaard, sublimada hasta la perfección por Guardiola, evolucionada por Luis Enrique (el tridente Messi-Suárez-Neymar ya modificó el centro de gravedad del juego trasladándolo del centro del campo al ataque) y maximizada ahora por Valverde, un técnico inteligente para detectar sus recursos y cómo obtener el máximo rendimiento, coincidiendo, además, con la edad adulta de algunas piezas básicas. Todas (Leo, Piqué, Suárez, Busquets, Rakitic, Jordi Alba) están ya por encima de los 30 años.

Contracultural resultó el Barça de Guardiola, que gobernó de manera dictatorial el fútbol a través del balón, dando una nueva dimensión a la semilla del Barça de Rijkaard en el inicio del círculo virtuoso sostenido por la contagiosa sonrisa de Ronaldinho para animar a un club depresivo y perdedor. En aquellos años (del 2008 al 2012), Pep ideó una nueva manera de entender el juego sustentada en el pase y, al mismo tiempo, en la presión. No sabía vivir sin la pelota. Sufría tanto en su ausencia que era un asunto de vida o muerte recuperarla lo antes posible.

UN ‘10’ DISTINTO

Ese revolucionario Barça dejó paso luego a un equipo mucho más convencional con Luis Enrique, capaz de alcanzar por otro camino idéntica ruta del triplete. También Messi ya era un jugador distinto después de abandonar la posición de falso nueve que le inventó Guardiola en el 2-6 del Bernabéu y regresar a la banda derecha para hacerle Luis Suárez. Era un equipo (del 2015 al 2018) sin tanta pausa. El balón le importaba, pero no mucho. ¿Control? No, demasiado. Pero era demoledor con aquel irrepetible tridente. Neymar se arrepiente de haber volado a París.

Con Leo todo es más fácil, incluso hasta desandar el camino trazado para llegar por otra ruta distinta al mismo lugar. Está a tres partidos del tercer triplete, algo que jamás ha conseguido ningún club.

Messi se reinventó nuevamente. Ya lo ha hecho en el campo miles de veces. Y siempre con éxito, intuitivo como es para encontrar al mejor socio. Donde antes estaba Alves, ahora habita Jordi Alba en el flanco izquierdo. Todo cambia a su alrededor, huérfano como quedó, además, de la red de seguridad que tejía con Xavi e Iniesta. Mutó entonces en un futbolista poliédrico, imposible de detectar para los defensas. Saben dónde está. Saben lo que va a hacer. Y también saben que acabará haciéndolo.

En su primera cita, Van Dijk, padeció el caos Leo. «Lo difícil es que cuando atacamos él está esperando en algún sitio. Sabíamos cómo podía ser, sabíamos que podíamos sumar más gente en esa banda. Pero cuando pierdes balones intentan buscarle y nos genera problemas. Es el mejor del mundo», dijo el holandés. Que es el mejor, es más que sabido, como demuestra a diario. Además, es un tipo con palabra. Gana partidos en el campo, marca el discurso del club, abruma al Liverpool, asombra al mundo con un gol de extraterrestre, regaña a la afición del Camp Nou por pitar a Coutinho y anima a Casillas.