Un lejano 8 de diciembre de 1964 queda reflejado en una memorable foto realizada en el colegio de Maristas. Aparece José Luis Ipas, pivote del Ademar Zaragoza, saliendo al contragolpe y tirando a la portería del Atlético de Madrid. Era la primera temporada del equipo colegial en la División de Honor del balonmano. Antes le precedió el Iberia del recordado Alfonso Mateo. Ipas había dejado en velocidad a un defensa colchonero y quedaba por detrás del segundo línea el árbitro zaragozano Pepe Pueyo. Los aficionados abarrotaban el patio y tras el exiguo espacio de la portería los hinchas se apelotonaban e incluso invadían el campo.

Esta imagen es una de las reliquias del balonmano marista, que compitió seis años en División de Honor en la década de los 60. Aquella foto la realizó un aficionado. Era José Luis Chicot, el padre de un jugador del Ademar. «Ese partido no lo pude disputar ya que estuve de baja por problemas estomacales», dice José Luis Chicot, el hijo del fotógrafo. Al balonmano le enganchó al ocasional fotógrafo su hijo. «Mi padre fue un gran deportista. Era heliófilo y fue campeón de Aragón de natación de 800, 1.500, ganó la Travesía del Ebro y participó en la del Puerto de Barcelona», dice. El partido se celebró al mediodía y tras una fina lluvia el piso estaba resbaladizo. Fue un lujo de mañana puesto que en el mismo pack se incluyó la misa y después el partido. Por eso todos los espectadores aparecen trajeados tras el acto litúrgico. Era un partido muy grande puesto que el Atlético de Madrid ganó ese año la Liga y el Ademar terminó el décimo en una competición con doce conjuntos. Ganaron los locales por 16-14. El año posterior los zaragozanos alcanzaron su techo con el cuarto puesto y llegaron a contar con tres jugadores convocados por la selección. Eran Ángel Pola, Ramón Buxeda y Rafael del Cos.

Ese 8 de diciembre el encuentro fue un acontecimiento deportivo muy especial en la capital aragonesa y los que asistieron al evento afirman que el estrecho patio del colegio estaba a reventar sobre el cuadrilátero de 40x20. «Habría mil personas y la foto refleja perfectamente el abarrotamiento de gente. En los grandes partidos se invadía el campo y eso que se llegó a cobrar entrada», afirma José Luis Ipas, el protagonista de la foto. «En aquella instantánea tenia 24 años y ahora tengo 81. Lancé con el brazo derecho desde el centro y ganando espacio al portero. Estaba siempre por los suelos y la caída sobre las baldosas era tremenda. Por eso llevaba dos rodilleras y alguna vez pantalón almohadillado para protegerme de las caderas», explica Ipas.

El antiguo colegio de Maristas ocupaba una manzana entre San Vicente Paúl y la plaza de San Pedro Nolasco y estaba levantado sobre restos prehistóricos, romanos y musulmanes. En 1980 Maristas trasladó su colegio al barrio del Actur y el vetusto edificio lo compró el Gobierno de Aragón para instalar oficinas.

Era el único patio que tenía el colegio y fue allí donde se convirtió en la mejor cantera aragonesa de balonmano. Era un patio trapezoidal en el que también había dos canchas de baloncesto a lo ancho del campo. Pero a duras penas se podía meter a calzador una pista de balonmano. Luis Pedrero es otro de los supervivientes de aquellos recordados partidos. «El patio tenía las medidas justas para meter una cancha. En la portería de la entrada se apiñaba el público y en la contraria había un balcón encima del que se ponía el marcador. Allí había dos puertas, una la entrada al colegio y otra al vestuario de los jugadores», asegura Pedrero.

Suelo de baldosas

El suelo era de unas baldosas de tonalidad verde y gris. Ipas las recuerda. «El suelo era duro y las caídas eran dolorosas. Pero con 18 años casi se aguantaban. Los equipos pudientes como el Atlético de Madrid jugaban en pabellón cubierto y con suelo de madera y era duro para ellos jugar en nuestro campo». Aquel suelo era en ocasiones una trampa para el equipo rival. «Algunas baldosas se levantaban y se sustituían por otras. Las había buenas y otras que resbalaban. Sabíamos que camino seguir para no caernos. Sin embargo, el equipo rival no conocía las rutas para no caerse», explica Pedrero.

En uno de los laterales se colocaba una grada enorme para los espectadores. «La montaban el día de antes los niños que venían a clase gratuita por las tardes. Cuando desapareció el Ademar se llevó las gradas el Arenas a las piscinas que tenía en Vadorrey», recuerda Pedrero. El otro lateral estaba más pegado a la pared y no se podía aglutinar tanto público. Pedrero lo fue todo en Maristas. Primero alumno y más tarde jugador. «No era una figura, sino un jugador de club». También fue secretario y ejerció 30 años de entrenador. «Llegué a llevar hasta cuatro equipos a la vez. Comencé con un infantil y en 1997 lo dejé», dice ahora desde su confinamiento con 81 años.

Entrenar se convertía en una aventura cotidiana. «Colocábamos varios focos en un tejadillo cuando era de noche. Y como antes nevaba bastante más en Zaragoza, cuando estaba cubierto de nieve el patio limpiábamos unos caminos para poder correr con unos rastrillos». Aquellos años el balonmano era para unos locos románticos. «Era otra dimensión del deporte, más entregado y de amistades más intensas», confiesa Luis Pedrero.

El signo distintivo de aquella generación era su defensa 4-2. «Si defendíamos bien atacábamos con confianza. Pero si te metían gol después tenías miedo a perder el balón. Dejábamos espacio a los extremos rivales al tener dos defensas muy adelantados, pero sabíamos que teníamos mucho ganado con un gran portero y el trabajo demoledor de los cuatro defensores del centro». Sin embargo, en ataque, el Ademar tenía un juego «alegre, rápido y de mucho movimiento». Es el estilo de juego que ha pasado de generación en generación en Maristas. Esa defensa fue una obra genuina de Carlos Polo, el técnico del equipo. «Domingo Bárcenas, el seleccionador nacional, llegó a decir que no le gustaba esa defensa, pero que el Ademar la hacía maravillosamente». Polo fue el alma de ese recordado conjunto. «Era un gran psicólogo. Nos decía que no éramos inferiores, aunque lo fuéramos», finaliza Pedrero.