A Agapito Iglesias, o a ese círculo de confianza que lo protege como una muralla, se han acercado en los últimos años decenas de personas a propósito de conocer su disponibilidad para abrir una negociación para el traspaso de su paquete accionarial en el Real Zaragoza. Entre esa gente ha habido de todo: auténtica fauna animal, oportunistas, listos, populacheros, cazadores de fama sin escrúpulos y hasta alguno con buenas y sanas intenciones colectivas. En las últimas semanas ha florecido una nueva propuesta, liderada por Mariano Casasnovas y un grupo de empresarios aragoneses, algunos verdaderamente solventes pero que nadie se atreve a mencionar para que no salgan corriendo ipso facto, añadida a otra supuesta oferta con capital alemán, lanzada al limbo del debate público por el propio entorno del soriano, posterior a una previa de unos presuntos potentados mexicanos.

Han sido tantas y todos los desengaños que el aficionado frío y razonador ya no se cree ninguna. Hasta el día de hoy, Agapito Iglesias ha hecho lo mismo con cada una de ellas: no hacerles ni caso, a algunas empujándolas a pensar que iba a ser que sí para finalmente ser que no y a la mayoría ni siquiera eso. Si el soriano no ha vendido simplemente ha sido por una única causa: nunca ha querido hacerlo. Sin embargo, ahora, cuando atravesamos mayo del 2014, confluyen alrededor de su figura unas circunstancias inéditas. Está imputado por la Justicia, si vende la SAD el dinero obtenido le será inmediatamente retenido y su señoría le ha obligado a entregar el pasaporte por el olor a chamusquina. En medio de esa terrible situación personal, y por supuesto entrelazado, el Real Zaragoza se está jugando su futuro, casi su pervivencia como lo hemos conocido durante toda la historia.

El círculo sobre Agapito se ha estrechado. Hoy está más acorralado que ayer y seguramente menos que mañana. La SAD se encuentra en una situación casi simétrica a la de su dueño: también acorralada y amenazada económicamente como jamás lo había estado. De aquí al 30 de junio necesita al menos 5 millones de euros para pagar los compromisos pendientes y evitar denuncias de futbolistas que podrían acarrear un descenso administrativo en caso de no saldar las cantidades comprometidas.

De modo que para esquivar algo tan peligroso, alguien tendrá de poner ese dinero obligatoriamente. O el mismo Iglesias como propietario, siempre y cuando el juez se lo consintiera y con el durísimo golpe financiero que le supondría, o alguien externo, bien a través de una ampliación de capital o bien con una venta. Pero el dinero, caído del cielo o de algún bolsillo salvador, ha de aparecer. Si no, el futuro del Real Zaragoza estará en entredicho y empezaremos a conjugar la palabra desaparición.

La situación cambia radicalmente según la categoría. Con un hipotético ascenso, los rumores y negociaciones de venta se apagarían al instante. Con otro año en Segunda, los descomunales problemas económicos de la SAD se amontonarían en la mesa de Agapito, superpuestos a los suyos con la Justicia. Un escenario así de hostil quizá le podría obligar a arrojar la toalla por inteligencia estratégica, por mucho que su orgullo aún le pida guerra. El soriano está más cerca que nunca de perder la batalla. Muy cerca. Aunque con alguien de su perfil contumaz jamás se puede cantar victoria hasta que la rendición sea un hecho.