España volvió a caer en la primera fase después del Mundial de Francia de 1998. Es la segunda vez que le ocurre en las últimas 11 grandes competiciones. Un fracaso en toda regla para un técnico y unos jugadores que no han sabido gestionar el gran potencial de un equipo que, si bien no parecía llamado todavía a asombrar al mundo, si aparentaba tener todo lo necesario para evolucionar en positivo en el torneo portugués.

El seleccionador Iñaki Sáez se ha quedado a medio camino en la renovación que le fue encomendada por la Federación Española de Fútbol (RFEF) y su salida más lógica será la dimisión, que ya adelantó cuando aceptó renovar hasta después de la fase final del Mundial de Alemania 2006. "No ha podido ser", dijo Sáez anoche.

El presidente de la Federación, Angel María Villar, también sale muy tocado por el perjuicio que esta prematura eliminación puede suponer para su aspiración de ser reelegido como máximo rector del fútbol español. Su rival y exsecretario general de la RFEF, Gerardo González, tiene ahora otra arma de gran potencia en las manos para seguir socavando la gestión de Villar cara a las elecciones.

Indefinición

Todas las preguntas sobre las preferencias españolas para el cruce en cuartos han sobrado. Ahí estaba marcada, con Francia o Inglaterra como probables oponentes, la línea a partir de la cual podían dispararse las ilusiones o, lo más lógico, cortar cualquier aspiración de acercarse a un título que no se toca desde hace 40 años. Había más motivos para pensar en lo segundo que en lo primero, vista la trayectoria de España para alcanzar la fase final y su indefinición en los dos primeros partidos. Lo que pudo haber sido un encuentro fraternal entre vecinos ya clasificados resultó ser un partido a vida o muerte en el que a España le bastaba el empate, pero no hizo nada para merecerlo.

Pero que nadie se engañe. En más de dos años, desde que Iñaki Sáez sustituyó a José Antonio Camacho, las veces que España ha dado motivos para creer de veras en ella han sido contadas. Un amistoso con Portugal y el segundo partido de la respesca ante Noruega, en el que el técnico y los futbolistas a quienes se encomendó en un día crítico dieron un paso al frente para abrirse paso después de unas jornadas atosigantes. Algo parecido a lo que Sáez intentó ayer con un rotundo fracaso.

EL PESO DE LA HISTORIA Anoche, en el estadio José Alvalade, el peso de la historia aplastó a la selección española y, lo que es peor, lo hizo con los grandes valores de futuro sobre el campo. "Dentro de dos años a lo mejor esta selección será más fuerte, pero ahora mismo la mezcla de experiencia e ilusión es la justa porque todos somos jugadores que hemos tomado una gran responsabilidad en nuestros equipos", advertía Raúl antes del inicio del torneo.

Lo mantenía anteayer, con la idea de pasar de largo ante la posibilidad del fracaso, y él mismo fue el primero en decepcionar anoche. "La palabra que se utilice si no nos clasificamos me da exactamente igual", respondía ante la pregunta sobre si sería un fracaso no estar en cuartos.

Lo es sin ninguna duda y a Sáez le duele más que a nadie. Siempre albergó la esperanza de que la Eurocopa podría ser algo así como el Mundial sub-20 de Nigeria, en el que España fue campeona, o la plata olímpica en los Juegos de Sidney-2000. Pero España no ha tenido ni el juego, ni el descaro que los jóvenes exhibieron en ambas citas. A última hora quiso dejar atrás sus planteamientos más conservadores, pero los jugadores no respondieron y a España le faltó identidad para abrirse las puertas hacia el despegue definitivo.

Ahora resulta que España está peor de lo que estaba. Sáez no ha sabido marcar los tiempos y no le queda otro remedio que optar por una salida honrosa. El pesimismo secular que acompaña a la selección en los grandes campeonatos engorda después de la enorme decepción que viven a estas horas los miles de aficionados que por primera vez han arropado a España fuera de nuestras fronteras.