Existen todo tipo de teorías y opiniones sobre si las aficiones ganan o no partidos. El hecho de que ningún equipo haya vencido en más ocasiones como forastero que como local en su trayectoria histórica sirve de indicativo para confirmar que como con la familia, con nadie. En los objetivos a la largo plazo, el hincha acompaña y es influyente, pero la mayor parte del éxito recae en el talento de los futbolistas. En casa, la fuerza de la grada se convierte en un arma poderosa que en los malos tiempos o en la desesperación dispara fuego amigo. Todo estadio tiene alma propia, una idiosincrasia que le diferencia del resto por la cultura y la tradición del punto geográfico en concreto. La afición jamás pierde un encuentro, pero sí puede generar su propia atmósfera como reserva de oxígeno anímico, como yacimiento de oro emocional para sus jugadores.

La del Real Zaragoza se prepara esta semana para un sábado febril en La Romareda. El pulso contra el magnífico Huesca pese a la crisis de resultados que atraviesa y la trascendencia del resultado final, recupera la esencia de instantes que estaban reservados para luchar por la gloria en toda su magnitud, la de los títulos. El duelo se celebrará en el espeso bosque de Segunda y sin un premio metálico inmediato, pero transporta las emociones a aquellos paisajes que varias generaciones zaragocistas nunca han visitado salvo en la memoria de sus mayores.

Después de cinco campañas en el exilio de la élite y de diez de progresivo desarraigo con los propietarios, la gente del Real Zaragoza ha encontrado en el campo su principal razón de ser: el sentido de pertenencia, renacido por la inesperada, numerosa y productiva participación de la cantera y por otros chicos que, con virtudes y defectos, derrochan honestidad y compromiso. Sin trampa ni cartón, consciente todo el mundo de que la identidad gregaria del equipo sobrepasa la excelencia en una categoría de poca sangre azul, la comunión con la plantilla ha ido creciendo en distintas etapas: compresión, serenidad, apoyo (por supuesto alguna queja lícita ) y un cariño e identificación con unos rostros por fin reconocibles. Que el Real Zaragoza vaya a pugnar por el ascenso en la última recta del campeonato contiene un alto porcentaje de responsabilidad de esa legión de fieles soldados de la paciencia.

El residente del Municipal sigue siendo exigente, duro y generoso como corresponde a alguien amamantado con fútbol de muchos kilates. La leyenda negra dice, muy injustamente, que también frío. No ha cambiado de la noche a la mañana. No obstante, en este proceso de frustraciones y ninguneo ha soportado la terrible erosión y ha añadido a su personalidad un componente de grandeza interior: mientras el negocio global le ha ido robando protagonismo, ha hecho valer su patrimonio sentimental en la fusión de los testigos de las gestas y de la muchachada que sueña con experimentarlas algún día. Ha ganado su partido y va a jugar los que restan con el fervor de un sueño alcanzable. En el epicentro de la afición reside la pasión en estado puro, combustible imprescindible para un Real Zaragoza que este sábado buscará la victoria con la mejor compañía posible, la del renovado latido de un corazón eterno.