Otra derrota. Un nuevo disgusto. Más bochorno. No por la derrota en sí sino, de nuevo, por la forma de caer de un Zaragoza empeñado en hacer de la mayoría de sus partidos un ejercicio sublime de impotencia. La derrota en Granada, donde sólo han puntuado tres equipos, es tan probable como previsible, pero el actual equipo de Oltra está a años luz de lo que debe ser un aspirante serio al ascenso. Temeroso, nervioso, inseguro y errático, el conjunto andaluz se refugió asustado en su parcela durante toda la segunda mitad a merced de lo que el Zaragoza fuera capaz de hacer. Pero los aragoneses, tan erráticos, inseguros y nerviosos como sus rivales, ni siquiera tiraron a puerta con peligro. El balón para nada. Descorazonador.

Perdió otra vez el Zaragoza y lo hizo con otra ración insoportable de incapacidad desde el banquillo. No es normal que, sin delanteros en el campo, con el marcador en contra, un rival echado atrás y sin haber visto de cerca al meta nazarí, el primer cambio sea a falta de un cuarto de hora y los dos siguientes en el minuto 80. Tarde, mal y a la desesperada. Tan inconcebible como aquella deleznable decisión de quitar a tu único delantero en el tramo final del choque ante el Barcelona B con empate en el marcador. O muchas más. La gestión de los partidos de Natxo es la peor que uno recuerda desde que ve fútbol. Decisiones sin sentido que responden a la propia inseguridad de quien las toma y ausencia de movimientos y soluciones tácticas para plantar cara a la adversidad. De nuevo, el entrenador del Zaragoza no está a la altura del escudo que luce. Como algunos de sus futbolistas, por cierto. Su nula capacidad de reacción y su falta de conexión con la plantilla se reflejan en el campo. El equipo no sabe atacar y le cuesta un mundo defender. Justo las dos parcelas en las que debe notarse la mano del buen técnico.

Hace tiempo que una derrota del Zaragoza dejó de ser noticia. Se pregonó a los cuatro vientos que el equipo sería mejor con el paso del tiempo, pero todo va a peor y los 50 puntos han pasado a ser el único objetivo. Tremendo. El zaragocismo malvive presa de la impotencia. Sale casi a calvario por semana y apenas le han concedido media docena de alegrías en toda la temporada. La cruz pesa demasiado como para que, encima, tenga que soportar continuas llamadas a la paciencia. La fe en Natxo se agota. También por parte de miembros del club, incapaces de imaginar un futuro mejor ante semejantes recitales de incapacidad.

Perdió el Zaragoza en Granada sí. Pero no duele tanto la derrota como la cobardía. Y La Romareda nada desprecia más que a los cobardes. Un respeto.