Voló España ayer a Madrid. De vuelta a casa, aturdida y desconcertada por haberse hecho el harakiri en pleno Mundial. Vino a Rusia como una de las grandes candidatas tras dos años sin perder ni un solo partido con Julen Lopetegui en el banquillo. Cuando empezó el torneo, Julen no estaba, Hierro era su sucesor interino y la selección, sin alma ni fútbol, fue de mal en peor firmando una decadente trayectoria. No es algo nuevo porque desde la Eurocopa del 2012, su último título, el camino ha sido frustrante y decepcionante. Llegó a Madrid una Roja sin rumbo ni identidad, que busca ahora piloto para la reconstrucción: Quique Sánchez Flores, Míchel, Luis Enrique, Paco Jémez, Quique Setién… Pero lo que necesita reconstruir urgentemente es el modelo del que se ha alejado hasta pervertirlo como se vio con los 1.137 pases que dio ante Rusia. Tuvo un 90% de acierto, pero hasta el balón se aburrió de ser pasado sin sentido ni veneno.

Zidane le había dado con la puerta en las narices a Florentino. Una vez conquistada la tercera Champions consecutiva, el francés se marchó y dejó al Madrid sin entrenador. Tal cual. Y a su presidente ante una situación desconocida. Entonces, tras varias negativas (Allegri y Löw fueron las más llamativas), descolgó Florentino el teléfono y habló con Lopetegui, el seleccionador español, que encaraba los días finales de la preparación para el Mundial. A espaldas de la Federación tramó el Madrid todo. Cuando Florentino llamó a Luis Rubiales, el nuevo presidente de la Federación, no sabía nada. Éste, que se encontraba en Moscú, le pidió no hacerlo público. «Dejáme volver a Moscú y lo hablamos todo». A los cinco minutos, el Madrid emitía un comunicado oficial anunciando el fichaje de Lopetegui. Rubiales no se lo podía creer. Subió al avión, camino del sur de Rusia, dispuesto a echar al técnico, a pesar de que se encontraba a 48 horas del debut contra Portugal. Antes, quiso hablar con Lopetegui, pero este, según reveló la Cadena SER, no le cogió el teléfono. No podía. Ya le estaba comunicando la decisión a los jugadores. Una decisión que dinamitó a la selección.

«Lopetegui era nuestro líder». Esa reflexión de Koke, una vez eliminada España por Rusia en la tanda de penaltis, refleja el tremendo impacto que tuvo la marcha del exseleccionador. Pero el líder prefirió decirle que sí al Madrid amparándose en que se trataba de una oportunidad única en su vida. Dijo sí a Florentino, a pesar de que el pasado 22 de mayo había renovado con la selección hasta el 2020. Le llamó el Madrid y lo dejó todo, pensando tanto él como Pérez que Rubiales aceptaría esa cohabitación. Erraron ambos porque el presidente de la Federación solamente pensó en la Federación.

CISMA NUNCA VISTO

Aunque, en realidad, el club blanco no podía exponerse tampoco a un hipotético fracaso del técnico vasco. ¿Cómo llegaría ahora Julen al Bernabéu con una España así? Florentino resolvió su problema (ya tenía entrenador), pero España se encontró con un cisma nunca visto antes a las puertas de un Mundial. No tenía quien se sentara en el banquillo ante Portugal. Durante dos horas, y mientras se convencía a Hierro, no había seleccionador. Unas horas que todavía no han sido explicadas generando, como admitió ayer el propio Ramos, algo extraño. «La inestabilidad nunca es buena compañera».

Y empezó el Mundial. David De Gea llegó nervioso a Rusia por su error en el disparo de Liechtsteiner que provocó el tanto del empate de Suiza en Villarreal. Nervioso, pero sin dejar de dormir. «Mejor hacer este error en un amistoso que en un partido oficial», proclamó después De Gea sin saber que lo peor aún estaba por llegar. Falló aún más en el primer partido oficial del Mundial cuando agachó su cuerpo de tan mala manera que sus manos se doblaron en un insípido tiro lejano de Cristiano Ronaldo que tuvo un efecto devastador sobre el meta del United, un manojo de nervios durante todo el campeonato.

Desde ese momento, De Gea fue transparente. Todo lo que iba entre los tres palos de España era gol. No, no es ninguna exageración. Es literal. 11 disparos, incluyendo los penaltis con Rusia, 10 goles. Solo una parada en 390 minutos de Mundial, generando tal clima de inseguridad entre sus propios compañeros que estaban, a veces, más pendientes de lo que sucedía a sus espaldas. Hierro quiso protegerlo, el equipo también. Pero a De Gea, un grandioso portero en la Premier League, dueño de Old Trafford, no le temblaban las manos. Le temblaba la mente.

RAMOS Y PIQUÉ

Nervios a nivel deportivo. Nervios a nivel institucional con la figura del técnico. Despidió Rubiales a Lopetegui sin tener aún la aprobación de su sucesor. No tenía muchas opciones el presidente de la Federación. Era Fernando Hierro, director deportivo, o Albert Celades, el técnico de la sub-21, que estaba de ayudante de Julen. Le costó convencer a Hierro, aunque este por «responsabilidad» no le quedó mas remedio que asumir un cargo envenenado porque se presentó en el debut ante Portugal con solo un entrenamiento. Vino con traje y corbata y se tuvo que poner el chándal. Rubiales entendía que el liderazgo y la jerarquía del extécnico del Oviedo (un año) y exayudante de Ancelotti (otra temporada) era más importante ante los jugadores que la de Celades.

El relato de lo que sucedió entre las paredes de la lujosa academia de Krasnodar todavía no se conoce perfectamente. Ahí juega, por ejemplo, un papel fundamental Sergio Ramos. Capitán del Madrid y capitán de España. Hubo discrepancias entre los jugadores. «Lopetegui merecía seguir», llegó a decir Saúl, el futbolista del Atlético, defendiendo con vehemencia la continuidad de su entrenador. Algo que, sin embargo, no compartía todo el grupo. Ni mucho menos. Se oían más, al menos públicamente, las voces pro Julen que las anti Julen. Pero esa división, que no se ha visualizado más allá de las puertas de Krasnodar, existía porque alguna de las ‘vacas sagradas’ no entendían la deslealtad del vasco. Ni era el momento. Ni las formas. Todo se había hecho mal.

España ardía en el campo y ardía entre bambalinas. Tampoco había llegado en el mejor estado de forma a la cita de Rusia. Con Lopetegui emitió dos señales de preocupación a las que no se dio demasiada importancia. Eran los dos últimos amistosos previos al Mundial. Un triste empate en Villarreal ante Suiza (1-1), con una ya significativo error de De Gea y un triste triunfo, ya en Krasnodar, ante Túnez (1-0) gracias al gol de Iago Aspas. «Antes de la concentración teníamos mejores sensaciones», denunció entonces el delantero gallego tras ese segundo test. Una denuncia que le costó una reprimenda de Lopetegui. «No ha querido decir eso». Pues sí quería. Y lo dijo. Desde entonces, ya con Hierro en el banquillo, de mal en peor. Tres empates (Portugal, Marruecos, Rusia) y una victoria ante Irán (1-0 con gol de rebote) certifican a una España mediocre.

Rusia significa el tercer episodio de un largo camino (seis años) de decepciones de la selección. Ya fuera con Del Bosque, el técnico que heredó y sublimó la obra original de Luis Aragonés, o ahora con el interino Hierro. Desde la fastuosa final contra Italia en la Eurocopa de Ucrania, con una exhibición de juego (sin delantero centro ejerciendo Cesc de falso nueve) y lluvia de goles (4-0), España ha caído en un tono gris. Del triplete de éxitos (Eurocopa, Mundial, Eurocopa) al triplete de decepciones consecutivas: Brasil-2014, Francia-2016 y Rusia-2018. 11 partidos en las eliminatorias de los grandes torneos y solo cuatro victorias: Australia, ya eliminada ‘la Roja’ en Maracaná, República Checa, Turquía e Irán.

Hasta que llegó Luis, y reunió a los pequeñitos en el centro del campo (Xavi, Iniesta, Silva…), España vivía de la furia. Luego se impuso el toque. Y a través del balón descubrió sus mejores noches, alcanzando cimas que resultaban utópicas. Ahora, en medio de tanta derrota, emerge el viejo y recurrente debate sobre la utilidad de un modelo que ha sido indiscutible. El problema es ejecutarlo mal, como ha hecho España en estos últimos años. Cuando el balón va lento, todo se complica. En Luzhniki se constató esa caída. Tanto pase para nada.

Y los problemas físicos. Es evidente que piezas claves como Silva, Busquets o Iniesta llegaron castigados. Pero también ha habido una ausencia de un liderazgo. Perdido Lopetegui, Hierro no tuvo suficiente con apelar a los valores emocionales. «Somos una familia y no dejamos tirado a nadie», dijo para defender a De Gea. En el momento de la verdad, en cambio, no tuvo reparo en prescindir de Iniesta, uno de los símbolos de la España más gloriosa. Faltó liderazgo táctico y faltó liderazgo en el campo. Ejemplo perfecto es el inverosímil nivel de Piqué y Ramos. Un sinfín de razones que dinamitaron la selección. En 20 días.