Por un lado estuvo su dificultad y sus repetidas equivocaciones a la hora de leer el discurso, atribuidas por la Casa del Rey a la "poca luz" que había "en el atril". Por otro, su lento paso con la ayuda de dos muletas, sus síntomas de cansancio y la fragilidad de su voz. En la tradicional Pascua Militar, durante su primera aparición en público tras la última operación de cadera, el pasado 21 de noviembre, el Monarca, que el domingo cumplió 76 años, dio muestras de que aún le queda camino por recorrer para recuperarse de su mal estado de salud. En un discurso que pronunció sentado, a diferencia de anteriores ocasiones, Juan Carlos erró con sus palabras. Hubo un párrafo que cambió por completo; en otro momento, dijo "familia" en lugar de "milicia". Llegó a resoplar ante la dificultad de la tarea. Parecía que se quedaba sin aire, que no iba a conseguir acabar la intervención.

A diferencia de su discurso de Nochebuena, en el que defendió la "actualización" de los "acuerdos de convivencia", el Rey no se detuvo en el debate territorial tras el órdago independentista lanzado por la Generalitat. Fue el ministro de Defensa, Pedro Morenés, quien apeló ayer a "la unidad y la solidaridad entre todos los españoles". En su lugar, el Monarca se centró en las Fuerzas Armadas, a las que pidió que continuaran "trabajando unidas por la seguridad y el bienestar del conjunto de los españoles" y a las que elogió por la "confianza y serenidad" que transmiten a la sociedad.

Como en los últimos años de esta cita castrense, la crisis económica volvió a estar presente en las palabras de Juan Carlos, quien dijo ser "plenamente consciente" del "enorme esfuerzo" que llevan a cabo los militares tras un "duro año". Es decir, ensalzó la capacidad de las Fuerzas Armadas a la hora de mantener su capacidad de trabajo pese a los recortes. "Nuestra sociedad responderá siempre a vuestra generosidad con su reconocimiento y admiración, como reflejan las encuestas; y yo, como siempre, sentiré el orgullo de ser vuestro jefe", dijo.

UN AÑO CRUCIAL Independientemente de su rápida o lenta recuperación, de cuánto tarde en despedirse de esas dos muletas que le acompañan en todo momento, el año que comienza será crucial para la Casa del Rey. El 2013 ha sido muy complicado: el mal estado de salud del Monarca ha avivado los fantasmas de la abdicación y el caso Nóos, que afecta de lleno a su yerno, Iñaki Urdangarin, ha minado la confianza de la sociedad en la institución. Puede que la siga desgastando. El juez José Castro se encuentra a las puertas de comunicar si imputa de nuevo a la infanta Cristina, hija de Juan Carlos y esposa de Urdangarin.

Este escándalo es el motivo fundamental que ha llevado a la Monarquía a dar pasos a favor de la transparencia, gestos que hasta hace muy poco parecían impensables en una institución tradicionalmente muy opaca. Desde el 2011, la Casa del Rey publica un escueto resumen de sus gastos, pero hasta ahora no ha divulgado en qué emplea cada euro de la asignación que recibe del Gobierno. A partir de este año tendrá que hacerlo al haberse sometido voluntariamente a la ley de transparencia. Incluso deberá comunicar cuánto cuestan los viajes oficiales de la familia real (Rey, Reina y Príncipe), cuya suma proviene de las arcas del Ministerio de Asuntos Exteriores.

Y a todo esto se añade la deriva independentista que vive Cataluña. El artículo 56 de la Constitución prescribe que el Monarca, como Jefe del Estado, es el "símbolo" de su "unidad y permanencia". Juan Carlos, como él mismo dejó claro en su último discurso de Nochebuena, quiere intervenir para lograr que remita el actual conflicto territorial.