La arruga es bella. Sobre todo si tras un partido de estas características te vas al encuentro de vuelta con el resultado de cara y a un estadio, La Romareda, que hará de juez de la eliminatoria como ya estaba previsto en el guión. Es complicado que el fútbol deje margen para los adornos o a los marcadores abultados, mucho menos si el rival utiliza honda en lugar de sable y se aferra a un espíritu vikingo para asaltar aldeas o palacios, lo que le venga por delante. Así ocurrió. El juego, salvo un par de detalles aislados, se centró no tanto en la posesión de la pelota como en la conquista de territorios, donde los ejércitos ganan mucho más peso que los finos francotiradores. Un pulso de infanterías en el que el soldado raso y anónimo resulta más productivo que el artista como bien expresó Pombo, que sin fortuna para descorchar genialidades eligió pelear con puño y corazón cerrados.

Hubo margen talento, por ejemplo en el valioso gol de falta directa de Zapater, un lanzamiento que el capitán ya ha repetido esta temporada en dos ocasiones (Oviedo y Huesca) y que la propulsan mucho más allá de la figura de profesional esforzado. El detalle, magnífico, se apagó sin embargo en la siguiente acción con el empate de Guillermo cuando aún andaba el conjunto aragonés de celebraciones. El aviso fue claro para los dos y el respeto y las precauciones aumentaron de forma considerable. Entró entonces en escena la importancia de los entrenadores, con Natxo González espléndido para leer y corregir a tiempo. Había dos problemas palmarios: Delmás, con ayudas a medio gas de Javi Ros, no podía con Marc Mateu y Saúl, cuchillos que fueron desgarrando al lateral: Eguaras, ensombrecido por Pere Milla y una presión escalonada, no podía ejercer de pulmón creativo.

El técnico del Real Zaragoza actuó rápido para cerrar el empate como resultado fantástico que obliga al Numancia a ganar en La Romareda o a empatar a más de un tanto. Retiró a Javi Ros para desplazar a Zapater a la derecha, con lo que abrochó la cremallera de protección de Delmás, e introdujo a Febas para equilibrar un centro del campo que se desnivelaba a favor de los sorianos. Ese par de movimientos permitieron anestiasar a un enemigo que trabaja bien la estrategia pero al que le cuesta alcanzar las áreas si no es con bombardeos laterales o lanzamientos procedentes de acciones a balón parado. El acoso entusiasta y tenaz de los sorianos apenas inquieto a Cristian en uno de sus días más tranquilos.

El Real Zaragoza jugó a lo suyo, al principio con pelotazos para un Borja Iglesias de cuya percha cuelgan calaveras de todo tipo de centrales aunque, como hizo esta vez, actuó con molestias musculares desde el principio. El delantero provocó seísmos varios como más le gusta, anclándose en su cuerpo inaccesible en la anticipación, imposible de vencer ni dando varios rodeos a su anatomía. Trabajó para Pombo y Papunashvili, a quien Carlos Gutierrez, ya con una tarjeta en su cuenta, le hizo un penalti de libro. El georgiano llegó antes a la pelota que el defensor y fue zancadilleado, pero teatralizó tanto la caída que confundió por completo al árbitro. En lugar de pena máxima castigó al mediapunta con una tarjeta amarilla porque vio un piscinazo donde había suficientes pruebas para establecer que se había cometido un crimen. El peritaje, no obstante, pemitió a los sorianos continuar con once.

En la segunda parte Borja ya no pudo más. ¿Cómo solucionarlo? Pues ahí está Daniel Lasure con su caja de herramientas. El lateral zurdo no solo cumplió con su cometido defensivo, sino que cuando menos luces tenían sus compañeros, cogió la linterna y pidió el balón para trasladarlo con verticalidad, diagonales perversas y centros al sótano y a la primera planta. Preciso, ambicioso, valiente. Impecable. De su pudoroso descaro, que aumenta a cada partido, nació una doble ocasión que Aitor abortó frente a dos disparos consecutivos de Papunashvili y Ros. Lasure no destripó al equipo de Arrasate, pero le puso en alerta, suficiente para entender que el empate tampoco le venía tan mal.

Le toca ahora a La Romareda. Llamada a filas desde que el Real Zaragoza se clasificó para el playoff, el 1-1 de Los Pajaritos, pese a lo atractivo, le obliga a encender los focos de su influencia para iluminar al conjunto aragonés hacia la final. El sábado se vestirá de largo y de corto para un partido que no será fácil, pero sí más sencillo de afrontar con su aliento huracanado.