En los playoffs de ascenso habrá cuatro clubes, pero también cuatro estadios que desempeñarán un papel primordial en la resolución de las eliminatorias. A la espera de cerrarse la clasificación y el orden de juego, campos como El Molinón, El Sadar, el José Zorrilla o el Carranza, este último en menor medida, son fortalezas de Primera División. ¿Y La Romareda? Sin duda es la reina de la fiesta no solo por su condición de majestuoso templo del pasado, sino por la influencia que ha ejercido para que este Real Zaragoza, el más modesto económicamente en la batalla final, se plante con pies de plomo para luchar por el ascenso. La promoción aparece así como un cruce entre instituciones clásicas en la élite, pero no en menor medida como el pulso entre hinchadas con solera, ejércitos curtidos para crear atmósferas cargadas de energía para los suyos e irrespirables para el enemigo.

El conjunto de Natxo González, que en la fase regular ha ganado en Gijón y en Pamplona, se presenta a la selectividad en un excelente estado de forma, instalado en los aposentos de la gloria después de haber visitado las celdas del infierno. Su metórica reacción y la consecuente subida de adrenalina competiva igualan sus fuerzas con sus inmediatos rivales, plantillas con más nombre y posibilidades que, sin embargo, soportan una presión superior porque su objetivo de principio a fin ha sido lo máximo. El Real Zaragoza, no obstante, tendrá que mejorar sus prestaciones de visitante, situación que le incomoda, lo suficiente para que el Municipal, en la ida o en la vuelta, resulte clave en su porvenir. Porque si algo tiene la vieja Romareda, ahora rejuvenecida por generaciones pujantes por devolver a su equipo a las estrellas, es el poder de un santuario especializado para retos de este calibre.

En la final de hace tres años frente al Las Palmas, después de que los canarios se adelantaran en el marcador, rugió en el partido de ida para remontar hasta un 3-1 que no resultó renta suficiente para El Insular. Los cimientos vibraron con idéntica intensidad que en aquella promoción de permanencia de la temporada 90-91 contra el Murcia, resuelta con goles marcados desde el campo y desde la grada para conseguir una catártico 5-2 con el aforo cubierto hasta las nubes. Fue el preámbulo de un época en que La Romareda, enamorada de un equipo exquisito, se unió a cada fiesta con eufórico compromiso.

La prórroga ante el Betis en las semifinales de Copa del 94; el 6-3 al Barça; el 4-1 al Real Madrid para conseguir la tercera posición en la Liga desplazando a los blancos de esa plaza; las ollas a presión que lograron fulminar al Feyenoord y al Chelsea en la recta final de la Recopa; el más próximo 6-1 al Real Madrid en la semifinal de Copa. Siempre que se la ha necesitado, el coliseo zaragocista se ha vestido de gala o con armadura resistente para acudir al rescate. Y esta vez no va a ser diferente. Quizás en esta ocasión, tras cinco campañas en Segunda y con una afición cómplice y ansiosa por recuperar el estatus, el campo se supere a sí mismo.

El Real Zaragoza partirá con esa ventaja, con toda la artillería emocional a su favor en un escenario diseñado para todo tipo de hazañas. Con una afición de fama exigente, en la misma medida que es lo es consigo misma cuando, si necesidad que la reclamen, grita como una sola voz. Va a ser el playoff de los estadios, con el Municipal liderando una aventura apasionante.