Organizar un Mundial es como disputar un partido con prórroga y penaltis. La presidenta de Brasil, Dilma Rousseff ha establecido un símil futbolístico para expresar las dificultades que ha pasado el país (y seguramente también su Gobierno) para preparar la celebración del torneo que se inaugura este jueves, pero augura un éxito deportivo y garantiza que todas las enormes inversiones beneficiarán a todos los brasileños.

Rousseff espera que Brasil 2014 sea el Mundial "de la paz", no solo en la proyección imaginaria que tenga el fútbol hacia el resto del planeta, sino en la vida cotidiana después de un rosario de calamidades y una amplia colección de protestas y manifestaciones de numerosos sectores de la población.

La máxima dirigente del país ha pedido a sus compatriotas que brinden la "cálida bienvenida" que siempre recibió Brasil allí donde jugó, "con los brazos abiertos al igual que su Cristo Redentor", la mítica imagen que preside Río de Janeiro. Y asegura que todos los detractores hacia la organización del Mundial ya "han sido derrotados" antes de que el balón empiece a rodar.

Todo a punto

Rousseff ha afirmado que los estadios están acabados, que los aeropuertos "están listos", que "no habrá escasez de electricidad durante ni después del Mundial" y que está garantizada la seguridad de todos los habitantes, antes de recordar que las inversiones efectuadas en infraestructuras revertirán en beneficio de los brasileños, que no se irán "con los turistas" al final del torneo.

"El monto invertido en la asistencia sanitaria y la educación en Brasil es 212 veces más grande que la cantidad invertida en los estadios" entre el 2010 y el 2013, ha explicado la mandataria en su discurso dirigido al país. La presidenta ha asegurado además que las cuentas están siendo "meticulosamente analizadas" por las auditorías del país y que los autores de cualquier delito serán castigados "con el máximo rigor".