Corría el minuto 71. Víctor llama a Aguirre para saltar al terreno de juego en la última bala del técnico aragonés en busca del milagro. Apenas tres minutos antes, el Alcorcón había marcado el 0-2 tras una contra originada en una pérdida de Pombo, que antes había errado las mejores ocasiones del Zaragoza. El sustituido era él y La Romareda, prácticamente al unísono, se puso a rugir. La grada, donde cada quince días se citan los leones, depositaba su ira en el tigre, del que, en realidad, hace tiempo que recela. Pero fue ayer cuando el divorcio se hizo más evidente. La relación entre la afición y Pombo está seriamente dañada. Quién sabe si de forma irreversible.

Quizá todo empezó a torcerse aquella misma tarde en la que Pombo pensó que salir a dar la cara ante un grupo de aficionados rabiosos tras la derrota ante el Cádiz era una buena idea. Aquel gesto, alabado por unos y censurado por otros, supuso el inicio del declive de un futbolista hasta entonces clave y venerado por los suyos. Pombo era casi sagrado, pero ya ha dejado de serlo.

El club le afeó su conducta y le señaló a él para justificar que no renovara. Pombo, mientras, no decía nada. Tampoco ahora. Ni una rueda de prensa. Ni una entrevista. Nada. El campo era el único escenario donde expresarse. Y su rendimiento, cierto es, ha ido bajando al mismo ritmo que su protagonismo.

Ayer volvía a ser titular en La Romareda más de un mes después y, aunque no empezó mal, los fallos ante un gran Dani Jiménez aumentaron la desconfianza de la grada, pero fue el balón perdido antes del segundo gol de Muñoz el que desató la tormenta. El divorcio estaba consumado.

Mal asunto cuando la única luz en La Romareda procede de incendios. Y ayer, a falta de uno, hubo dos. El otro escaldó a Álvaro Vázquez, al que la grada de animación dedicó sonoros improperios e insultos. El gesto, rechazado por el resto del respetable, fue repentino, lo que invita a pensar que pudo haber algún gesto previo. Pero tampoco es el primer desencuentro entre ambas partes. El jugador, quizá el mejor zaragocista sobre el campo ayer, se marchó a la carrera y visiblemente enfadado en cuanto Pérez Pallás decretó el final.

Cisma y drama

El doble cisma no es sino el síntoma de un drama. Las cuentas se han convertido en rosarios para un Zaragoza en llamas al que el calor comienza a abrasarle el trasero. Vuelta a las andadas para un equipo que ayer perdió mucho más que esa fortaleza defensiva adquirida en La Romareda, donde acumulaba dos victorias consecutivas y no había encajado gol alguno en cuatro de sus últimos cinco partidos. El Alcorcón, que venía de ocho derrotas en sus nueve últimos desplazamientos y que no ganaba un partido desde febrero, dejó en evidencia la fragilidad de una defensa cogida con alfileres. Sin Guitián, ayer con anginas, el Zaragoza ha perdido los dos partidos que ha jugado en casa sin él -el otro fue ante el Almería (1-2)-. Sin Benito, Delmás y Dorado, la vulnerabilidad aumenta. El Alcorcón llegó tres veces y marcó dos goles.

Pero no vale ahora escapar de la quema. La delicada situación exige, sobre todo, compromiso. De todos. No hay huida que valga. Con dos semanas por delante hasta el próximo partido, la Semana Santa se convierte en periodo de reflexión. Y de comunión. La Romareda, harta de todo y de casi todos, ya señala. Al campo. De momento.