Siete días después de la final mundialista entre Francia y Croacia, concretamente el 23 de julio pasado, el balón volvió a rodar en el Baltika Arena. En el estadio de Kaliningrado se jugaron cuatro partidos de la fase de grupos del Mundial de fútbol. El equipo local recibía al FC Tambov en la segunda jornada de la Liga Nacional de Fútbol de Rusia, equivalente en España a la Segunda División. El partido ni siquiera logró llenar un tercio de unas relucientes gradas capaces de albergar a 35.000 espectadores.

Los encuentros que se sucedieron a este tampoco han congregado a una masa crítica de aficionados. Entre 5.000 y 10.000 personas han acudido regularmente cada domingo a ver jugar al equipo local, el Baltika, situado en posiciones de descenso.

Ya entrado el mes de agosto, una pésima noticia para la reputación de las flamantes infraestructuras mundialistas de Rusia saltaba a los medios de comunicación. Samaraenergo, la compañía que suministra electricidad al estadio Cosmos Arena, de la ciudad de Samara, a orillas del Volga, tuvo que apagar temporalmente el interruptor de la instalación debido a unas deudas impagadas de unos 9,2 millones de rublos, unos 118.000 euros al cambio actual.

El Kremlin y el Gobierno federal ruso celebraron con alborozo el éxito de imagen del país que supuso la alabada organización del campeonato internacional, pero una vez que las decenas de miles de aficionados regresaran a sus países de origen y las fan-zones (zonas de esparcimiento para los aficionados) fueran desmanteladas, las autoridades locales de las ciudades-sede se devanan los sesos para mantener y dar uso a unas instalaciones cuyos aforos superan con creces la capacidad de atracción que tienen los clubs de fútbol rusos para las localidades que en principio están destinadas.

Las cifras hablan por sí mismas. De los 12 estadios que acogieron partidos mundialistas, solo seis son utilizados por equipos que juegan en la ‘Liga Premier’, la división de honor del fútbol ruso. En el resto de los casos, van a ser empleados por equipos en categorías inferiores que apenas suscitan la atención de unos pocos miles de espectadores, como el del Estadio Olímpico de Sochi Fisht, que ni siquiera existía un club local, lo que ha empujado a Boris Rotenberg, propietario del Dinamo de San Petersburgo, a rebautizar al otro equipo de la ciudad como PFC Sochi y a trasladarlo a orillas del mar Negro.

Las opiniones / «Con las únicas excepciones de los estadios de Moscú, San Petersburgo y quizás Yekaterinburgo, las restantes instalaciones deportivas deberán recibir subsidios del Gobierno federal; los presupuestos locales no dan para afrontar su mantenimiento», aseguró a EL PERIODICO Natalia Zubarevich, profesora de la Universidad Estatal de Moscú. De acuerdo con un informe encargado por Putin, la conservación de cada estadio requerirá anualmente unos 342 millones de rublos, (4,6 millones de euros).

En Samara las autoridades locales quieren convertir al precioso Cosmos Arena, con capacidad para 45.000 personas, en un vasto complejo deportivo, con campos de entrenamiento para disciplinas como el voleibol de playa o la danza, además de acoger los partidos del FC Krilya Sovetov Samara, el club local. Pero la venta de entradas no bastará para sufragar los gastos de mantenimiento. El propio presidente Putin ha fijado unos límites para el futuro aprovechamiento de las instalaciones. El líder del Kremlin exigió que éstas siguieran siendo principalmente campos de fútbol: «Exposiciones, conciertos, turismo o espacio comercial; todo esto está bien, los estadios deben llenarse; pero idealmente hay que esforzarse para que cada estadio tenga un equipo y cada equipo un estadio; si no, no sería un estadio, sería una sala de conciertos».