Ya traía la fama y en Zaragoza la ha corroborado. Natxo González es un trabajador del fútbol, un hombre como usted o como yo que se gana el pan con el sudor de su frente, completando jornadas laborales de larga duración en un mundo, el suyo, en el que las horas de trabajo se acostumbran a medir en cortos plazos. Estamos ante un entrenador pragmático, hecho a sí mismo a base de pisar barro, sin un nombre de pasado refulgente y que ha ido subiendo por la escalera del mérito sacando rendimiento a sus equipos a través de currar mucho, un método, el orden, el cuidado del detalle y abundante pico y pala. Un técnico cartesiano, sin chispazos de brillantez natural pero capaz de exprimir toda su capacidad por conocimientos adquiridos y una voluntad extraordinaria de hacerlo bien. En la Ciudad Deportiva entra casi cuando canta el gallo y sale cuando el sol se pone y la noche se abre camino.

Ayer, en un foro glamuroso, el entrenador fue invitado a hablar sobre el liderazgo emocional y volvió a dejar claro cuál es su perfil. El de un técnico currante, que comprende su oficio y sus recovecos, sin abalorios y que sabe dónde pisa. En sus manos está el actual proyecto del Zaragoza, que empezó ilusionando, desilusionó después y ahora ilusiona como nunca. Lo que sabemos de Natxo es que por trabajo no va a quedar.