El calor se ha instalado definitivamente en el Tour. El sol y la canícula son inseparables del Tour. Son ingredientes que condicionan el rendimiento de los ciclistas y hacen que algunos rearmen sus facultades mientras otros se derriten sobre la calzada. Ahora las carreteras suelen ser de un asfalto más basto pero en otras épocas, cuando el alquitrán se licuaba y los tubulares se hundían en él, desprendían gotas como si de barro se tratase, con el consiguiente peligro para los ojos de los ciclistas. En el tour que ganó Bahamontes (1959) el director de carrera, Jacques Goddet, apareció una mañana con docenas de gafas de sol que repartió a los ciclistas con el objeto de proteger sus ojos. Hoy las gafas de los ciclistas son un globalizado cruce de marcas que hacen su agosto en el mes de julio. Saint Etienne, ciudad de tradicional industria ciclista, cerró una etapa abierta a los batalladores. La jornada estuvo animada por una larga escapada sin éxito y otra escapada final de Gautier y Clarke que murió a cinco kilómetros de meta. Cuando se esperaba por fin una victoria de Peter Sagan, Alexander Kristoff, emergió como un cohete. Curiosamente el portador del maillot verde todavía no ha ganado ni una etapa. Sorprendente.