Hubo un tiempo, ya lejano, en el que cada uno de enero los españoles tenían un aliciente a la hora de sentarse a ver por la tele los tradicionales saltos de esquí de Garmisch-Partenkirchen, cita ineludible ese día junto al Concierto de Año Nuevo y que, seguro, muchos aprovechaban para dar una cabezadita en el sofá tras el copioso almuerzo o para reponer fuerzas tras una movida fiesta de Nochevieja. El motivo para estar atentos no era otro que entre los saltadores había un español, Ángel Joaniquet Tamburini, quien participó en dos ocasiones (1979-80 y 1980-81) en el legendario Torneo de los Cuatro Trampolines.

Era la época en que España contaba con una buena cantera de saltadores que tenía en Joaniquet, Bernat Solà y José Ignacio de Rivera (entre otros) a sus máximos exponentes, hasta el punto de que los tres llegaron a competir en los Juegos Olímpicos de Sarajevo de 1984 (Solà repitió en Calgary-88). Ahora Joaniquet, ya con 54 años, comenta para Eurosport algunas pruebas de los Cuatro Trampolines (el jueves analizó la de Bischofshofen, en Austria), a la vez que ha plasmado en un libro (En un salto, T&B Editores) toda su trayectoria como saltador, dejando constancia de la época dorada de un deporte que en España desapareció en 1996 y del que apenas quedan unos vestigios como el trampolín que todavía sigue en pie en La Molina.

ESTRENO EN LA MOLINA

"Es un libro que dedico a un deporte que me ha dado muchas cosas en la vida, alegrías, tristezas, aventuras y cuatro idiomas, aparte de los dos maternos", cuenta Ángel, quien se inició en los saltos a los 11 años, precisamente en La Molina, picado en su orgullo después de que su hermana, Pili, se atreviera a lanzarse por esa rampa que a él le aterrorizaba. Pero acabó saltando y ya nadie más le bajó del trampolín.

Con 17 años, agarró su maleta para iniciar un viaje que le llevaría por medio mundo, con parada obligada en Innsbruck, donde vivió más de un año con el reto de aprender de los mejores: los saltadores austríacos. Y allí descubrió que casi todo lo que había aprendido de su primer entrenador no servía para competir en el extranjero. "Josep Serra era un visionario, una buena persona y un entusiasta de este deporte. Nos enseñó a saltar muy estirados, tiesos, de forma antiaerodinámica, y cuando fuimos al extranjero vimos cómo saltaban los otros. No tenía nada que ver", recuerda Ángel, que confiesa que incluso los jueces y otros saltadores se mofaban de los españoles.

CONSTANCIA Y PASIÓN

Poco a poco, sin embargo, la cosa fue cambiando, una mejora paulatina que solo puede atribuirse a la constancia y a la pasión de saltadores como Joaniquet, ya que los medios que ponía la federación española eran muy limitados, a pesar de los esfuerzos, comparado con el resto de equipos europeos. No fue hasta 1981 que se compró una furgoneta para poder desplazar al equipo por Europa. Atrás, por fin, quedaban los eternos y agotadores viajes en tren y autobús, llevando a cuestas los esquís de 2,40 metros, todo un engorro.

La llegada del entrenador esloveno Ivo Cernilek, a mediados de los 70, supuso un punto de inflexión. "Salta con 'corrassón', fue prácticamente la primera frase que Ivo aprendió en español. Nos lo decía para que nos lanzáramos sin miedo", explica Ángel. La progresión fue evidente. En un solo año, el récord de España pasó de los 34,5 metros de Eric Hebolzheimer a los poco más de 50 metros de Tomás Cano, marca que logró en septiembre de 1977.

IMPULSO A 90 KM/H

Poco a poco los saltadores españoles fueron ganando la batalla al estremecedor reto, para la mayoría de mortales, de "entrar de lleno en el vacío". Es decir, lo que supone salir despedido a más de 90 km/h para emprender un vuelo que puede sobrepasar los 100 metros en poco más de tres segundos. "Entiendo que la gente piense en el miedo al ver esos trampolines gigantes, pero nosotros estamos preparados para hacer esos saltos", agrega Joaniquet, cuya mejor marca personal le llevó hasta los 99 metros (95 en competición oficial). A principios de los 80, ya era uno más de la Copa de Europa y del Mundo, aunque los austríacos, finlandeses y suizos jugaban en otra Liga. De hecho, el gran inspirador de Joaniquet fue el saltador suizo Walter Steiner. "Tenía grabado un salto suyo en vídeo, era un salto perfecto, que visualicé cientos de veces".

El sueño de Ángel se vio materializado en 1984 al poder competir en los Juegos de Sarajevo. Una inmensa alegría que inesperadamente se convirtió en una profunda tristeza. "El delegado técnico paró la prueba cuando yo iba a saltar. Estuve más de un cuarto de hora parado, en la línea de salida, en medio de una gran nevada. La rampa se llenó de nieve, no estaba en las mejores condiciones y salté con el miedo a no caer. Salté unos 15 metros menos de lo que había hecho en los entrenamientos. En pleno vuelo, ya empecé a llorar y cuando llegué abajo las lágrimas se me habían congelado". Ahí terminó su participación olímpica.

Tras colgar los esquís en 1986, a Joaniquet siempre le quedó un cierto gusanillo de volver a saltar. "Mi mujer me hizo prometer que no saltaría más hasta que el último de mis hijos cumpliera 18 años". Eso sucederá pronto. "Sí, me apetecería probarlo, pero debería empezar de cero. Lo veo complicado", admite, empeñado en dar un salto al pasado para que nadie en España se olvide de un deporte que se lo dio todo.