Parecía imposible que Savio volara más alto en esta Liga, pero anoche lo consiguió hasta tal punto que la afición del Atlético, que no olvida que hubo un tiempo en el que fue jugador del Madrid, acabó aplaudiéndole. Fue en uno de esos esprints que practica en todos los partidos y que en el Calderón ya habían olvidado, una carrera que empieza como si fuera a deshuesarse y que va dejando tras de sí cadáveres sin heridas, enemigos rendidos a una velocidad progresiva que explota en su tramo final. Se fue yendo hasta el fondo de la pista y centró atrás. ¡Oh!, se escuchó en el estadio, que se rindió frente a la universalidad de la belleza.

El delantero lo hizo casi todo el gol de su equipo, apoyándose en Villa. Magnífica elaboración y ejecución, promesa de un soberbio partido que Aguilera estuvo a punto de impedir al cazarle sin escrúpulos. No hay quien le frene con la ley en la mano. Sus sufridas parejas recurren al derribo para intentar salvar sus honores mancillados. Savio, junto a Ettien, es el futbolista que más tarjetas (8) ha provocado en la Liga --ayer Aguilera se unió a los amonestados--, y el segundo que más faltas recibe (41), tan sólo por detrás del deportivista Valerón. El talento, desgradaciadamente, sigue siendo pieza codiciada por muchos defensas.

El penalti

Hubo también un penalti sobre él que el árbitro no vio tan claro como la entrada a la altura de la rodilla de Aguilera. Savio viaja en reactor o en parapente, según le convenga. Siempre, por supuesto, envuelto en un aura de frágil animal salvaje, de águila imperial contra la que casi todos disparan. Ayer no sólo estuvo espléndido para escaparse, sino que también dio la cara en labores más ingratas. Por ejemplo, recién devuelto al campo tras la agresión del lateral rojiblanco y medio cojo, salió en dirección al lugar de Toledo, que había quedado al descubierto sin el paraguayo. Se cruzó con garra y despejó a la grada con la fiereza del lateral más curtido, sin contemplación alguna, sin que se le cayera anillo alguno. Se siente ligero como el aire, liviano para atacar y para defender, para guardar el balón enseñándolo, como esos trileros que muestran la bolita bajo un vaso y luego la hacen viajar por otros dos para embobe del primo de turno.

Nadie lo dice alto pero Savio es unos de los mejores de esta Liga. Lleva cinco goles, cada uno de diferente diseño, aparece con identidad propia en el Zaragoza de casa y en el de fuera, y su repertorio de golpes de magia pertenece al de los astros. No sería extraño que la selección de su país le llame cualquier día. En su segunda juventud, Savio juega en el Zaragoza. ¿Juega? Vuela cada vez más alto, con ese plumaje rubio que se agita como una llama y que le sitúa en el punto de mira de los amantes del fútbol y de las escopetas.