La de Mireia Belmonte en el 400 estilos era ayer la última bala de la natación en línea española para no volver con las manos vacía de los Mundiales de Gwangju. La badalonesa falló en las series, pero en la recámara apareció un último proyectil, el de Joan Lluís Pons. Como en los JJOO de Río, el mallorquín se metió entre los ocho mejores y, aunque tampoco le dio a España su primer podio en Corea, se quedó cerca: cuarto y batiendo su propio récord de España (4:13.30).

«Ser competitivo el último día es algo que hay que saber gestionar. He competido bien por la mañana y por la tarde», valoró el joven valor del CN Sant Andreu, que con 22 años ya ha disputado una final olímpica (8º) y una mundial. «Me he quitado el sabor agridulce de plantarme en la final de Río y no saber competirla, he disfrutado mucho», expresaba el de Sóller, que asume que el año próximo tendrá «bastante presión», pero que «significa que la gente espera cosas de ti»».

Muchas cosas se esperaban de Belmonte, que ni en una de sus pruebas fetiche consiguió remontar el vuelo. El complicado 2018, con unos vértigos que la apartaron de los Europeos y pusieron patas arriba su preparación, la sigue lastrando en este 2019. Séptima en su serie (4:42.16) y 13ª global, la final le quedó muy lejos (también a Jimena Pérez, con (4:47.51).

«Tenemos muchos deberes», resumió Fred Vergnoux, entrenador jefe del equipo español sobre el camino que debe seguir la badalonesa, que ha firmado las otras dos finales españolas (800 y 1.500, última en ambas). «Está lejos de sus tiempos. Hoy estamos decepcionados porque la final del 400 estilos era abierta. Con sus mejores marcas hubiera aspirado a una medalla», reconoció el técnico francés, que ve a su pupila «con un fondo muy bueno» pero a la que falta «bastante fuerza y energía en las pruebas cortas».

Vergnoux sonó alarmista al señalar que «la realidad de Mireia es más grave que nunca», pero también buscó motivos para el optimismo. «Ha dado la cara y es muy consciente de su situación. El animal herido a veces reacciona, y Mireia es un poco así. Sabe que va a tener unas vacaciones activas. Nos queda menos de un año y si hay alguien consciente de ello es Mireia».

Esa cuenta atrás se ha iniciado para todo el equipo español. Tres finales (con dos finalistas) es un botín exiguo para la selección, que venía de los 6 finalistas y 3 medallas de Budapest (aunque allí los tres podios los firmó Belmonte). Es la primera vez desde el 2011 que España vuelve sin medallas (más allá de las dos platas del waterpolo y las tres de la natación artística). En unos Mundiales de un nivel altísimo, las aguas españolas parecen estancadas, aunque venían revueltas desde la polémica por los criterios de selección que impuso la Federación Española. «Son más una mochila que un reto», llegó a decir Jessica Vall, la subcampeona de Europa de 200 braza, que logró el billete para el Mundial en la repesca pero no pasó de semifinales. También Marina García se quedó lejísimos de sus tiempos en la misma prueba. «Si miras nadador por nadador, podemos aspirar a mucho más», indicó Vergnoux.