Nadie esperaba que lo pidieran. Ni en la voz de Christian Lapetra ni en la del Consejo de Administración a través del presidente. Pedir perdón está muy mal visto, incluso peor que el error cometido, lo que es un una doble equivocación. No era necesario que en ese balance de la temporada, desproporcionado por falta de equilibrio en su crítica hacia la parcela deportiva y en la alabanza a la gestión de los propietarios, hubiera una flagelación en la plaza pública. Es tanta la distancia entre los gobernantes y la afición que la comunicación sentimental apenas existe, y esa distancia abismal es una cuestión muy seria. Quizás la más preocupante a la larga. Mucho más que el orgullo, zancadilla terrible de las relaciones humanas.

El hincha de toda la vida y más allá de la muerte es exigente como el padre con el hijo, pero nunca lo abandona. Se puede sentir dolido hasta la médula, decepcionado, entristecido, traicionado, olvidado y furioso... Jamás, sin embargo, llega a romper ese vínculo familiar aun en la peor de las tentaciones. En el caso del Real Zaragoza hay suficientes ejemplos en la última década para confirmar que por encima de la áspera superficie presente fluye un corazón eterno, alimentado por la historia, por las generaciones, por las alegrías y las tristezas. No se puede explicar bien ese latido conjunto, esa fidelidad inoxidable. Reside en las raíces de lo espiritual.

Lapetra, en representación del resto de directivos, podría haberse personado ante la gente con la fórmula adecuada para disculparse por un ejercicio bochornoso. Existen palabras que, bordadas con la humildad que pedía el momento, construyen frases balsámicas para cicatrizar heridas por muy profundas que asomen. Lo que solicita la afición no es tanto personalizar en la culpabilidad como compartirla. El presidente habló de diseñar una campaña que sensibilice al aficionado, que reactive su ilusión. Sin duda será la apuesta deportiva la que ejerza de motor de la esperanza, pero hoy se ha perdido una gran oportunidad para poner en marcha el vehículo de la correspondencia de sensibilidades. Pedir perdón no cuesta nada, es la joya más barata y la más preciosa cuando no se espera.