El Real Madrid y su universo mediático festejan este fin de semana la conquista del Mundial de Clubs de Abu Dabi. Se siente el entorno blanco un poderoso campeón del mundo después de derrotar el sábado al Al Ain de los Emiratos Árabes. Lástima que el mundo parece no haberse dado por enterado. No es una competición clandestina, pero se le acerca.

La FIFA maneja un torneo que genera escaso interés más allá de los clubs participantes. Lo sabe bien. Por eso, con la complicidad de algunos gigantes europeos —el FC Barcelona a la cabeza—, intenta desde hace meses abordar una reforma integral. Oficiosamente se llamaría Súper Mundial de Clubs. Pero no se está saliendo con la suya. Básicamente por la oposición blindada de la UEFA, que intuye una amenaza para la Champions League. De modo que después de unas cuantas reuniones en Zúrich en este último año, el Súper Mundial se encuentra en un estado de bloqueo total, y no se le vislumbra una manera de quitarle el freno.

El Barça impulsó la idea a principios del 2016, cuando Gianni Infantino fue elegido secretario general de la FIFA. Una delegación azulgrana encabezada por el presidente Josep Maria Bartomeu (con él viajaron Albert Soler, Jordi Mestre y Raúl Sanllehí) se desplazó para plantear el proyecto del Súper Mundial de Clubs. Infantino tenía planes similares. La FIFA, más allá del Mundial de Selecciones, no organiza ningún otro torneo relevante. Le interesaba, y le interesa, crearse nuevas vías de negocios, nuevas parcelas de poder.

Las conversaciones han acabado colisionando con el muro que ha levantado el esloveno Aleksander Ceferin, presidente de la UEFA. Hasta el punto que el plan se halla ahora en una vía muerta. No tan muerta, por eso, como el otro gran proyecto del fútbol, la Superliga Europea que filtró Football Leaks, esto es, la Champions cerrada que tanta polvareda ha levantado.

El Súper Mundial de Clubs, a estas alturas, solo puede despegar bajo una improbable imposición de Infantino. Muchos clubs se oponen porque agrandarían aún más las diferencias económicas. Las federaciones, presentes también en algunas reuniones, se unen a las filas contrarias. Y los clubs impulsores, al final, prefieren evitar el conflicto. «Parece muy difícil que prospere», admite una fuente implicada en las negociaciones. Llegó a proponerse su organización cada dos años, aunque al final predominó la idea de jugarse en un país distinto cada cuatro años.

Era un Mundial abierto, con 12 equipos europeos elegidos en base a los resultados históricos y de los últimos años. Tres grupos, 18 días de competición, grandes estrellas, globalización de la marca de los clubs y mucho dinero a repartir. Pero no avanza. Todo está encallado. Así que el Mundialito, así en diminutivo, parece el resignado futuro del torneo.