Hasta ayer, Soro había pasado casi de puntillas por la Segunda División. Tiene 19 años y, como en su día hicieron Zapater o Vallejo, su acceso al primer equipo llegó sin paso previo por el filial. Directo desde juveniles. Toda una señal de que aquí hay futbolista, pero el canterano, llamado a abanderar el futuro del Real Zaragoza, había sido prisionero de una caótica temporada y el peor escenario posible para crecer. Nada salía bien. Tampoco a él, preso de las lágrimas en algún momento de la campaña. Hasta ayer. Las bajas y Víctor le abrieron de par en par las puertas de la titularidad por segunda vez en la temporada y primera fuera de casa. Y su partido fue soberbio. Genial. Soro ya está aquí. «Nos ha abierto la puerta de la esperanza de par en par», dijo ayer su técnico. Así fue.

El canterano salió al rescate de un Zaragoza que perdía 2-0 a falta de poco más de un cuarto de hora para la conclusión. Su golazo recortó distancias y obligó a creer a un equipo aragonés que, ya antes de encajar, había tenido en el ejeano a su mejor hombre. Puso la imaginación, la calidad, el remate, el cabeza, el corazón y los dientes. Marcó diferencias con el resto. Con todos. Soro fue el mejor de principio a fin. Solo por él se trajo ayer un punto de Madrid un Zaragoza otra vez inofensivo y frágil en las dos áreas.

Cinco de los siete disparos del Zaragoza fueron del aragonés, que fue el único que miró de frente a Ander en una primera parte en la que sucedió lo de siempre. Los de Víctor volvieron a ser superiores a su oponente en todo menos en dos cosas: en eficacia y en el marcador. Otra vez, la mejor ocasión fue para los aragoneses pero el gol fue del rival en su primera llegada a las inmediaciones de Cristian. Como el pasado domingo en La Romareda ante el Málaga. O como en el debut de Víctor Fernández también en casa frente al Extremadura. De nuevo, el Zaragoza perdía siendo mejor. De nuevo, y van cuatro partidos consecutivos, el oponente se adelantaba en el marcador.

Dispuso Víctor un Zaragoza en una especie de 4-1-4-1 en ataque y 4-2-3-1 en defensa, con Pombo justo por detrás de Marc Gual y James escorado a la izquierda, donde sus prestaciones se reducen de forma considerable. El Zaragoza, en todo caso, salió autoritario y mandón ante un Rayo esforzado en tapar los espacios que el equipo aragonés se empeñaba en crear, buscar y generar.

Las apariciones ofensivas de los locales se redujeron a un tímido acercamiento de Ruibal, cuyo desviado disparo no inquietó a Cristian. Desde entonces -era el minuto 8- hasta el descanso, el partido fue un monólogo zaragocista, que, sin embargo, volvía a carecer de mordiente. Solo un gran cabezazo de Soro, al ecuador del primer periodo, figuró en el apartado de ocasiones claras del primer periodo, pero su testarazo se estrelló en el poste derecho de la portería defendida por Ander.

El Zaragoza dominaba y controlaba el partido y al rival, pero le faltaba profundidad y poderío. Cada saque de esquina -media docena botaron los visitantes por ninguno el Rayo en la primera parte- era gloria bendita para los de Iriondo, que despejaron los que llegaron al área. Porque varios de ellos se perdieron antes en jugadas en corto que acababan casi siempre en el limbo.

Al borde del descanso, Verdés se plantó solo en la línea de tres cuartos sin que nadie le saliera al paso y puso un delicioso balón a Ruibal, que sorteó y batió a Cristian. El tanto no hacía justicia, pero volvía a poner en evidencia la fragilidad del Zaragoza en las dos áreas.

Lo peor estaba por llegar. El equipo aragonés fue un manojo de nervios en la reanudación. Cómodo y seguro, el Rayo dominaba a placer a un rival inseguro y lento al que la incesante lluvia encogió demasiado. Avisó pronto Fede Varela con un disparo que se topó con Cristian poco antes de que Soro volviera a rozar el gol con un tiro que se marchó desviado por muy poco. A esas alturas, Víctor ya había recurrido a Álvaro en sustitución de un desconocido Pombo, pero el partido se iba a poner todavía más feo. El enésimo mal repliegue y una nefasta transición defensiva propiciaron una internada de Iza cuyo disparo acertó a rechazar Cristian, pero el balón acabó en la bota de Fede Varela, que no falló. Todo parecía perdido.

Víctor quemó las naves y puso en liza a Papu, pero solo Soro parecía creer. El canterano recibió de Lasure y mandó el balón a la escuadra, cogiendo de la mano a su equipo, que disfrutó de sus mejores minutos. De nuevo Soro y Papu acariciaron un empate que finalmente llegó merced a un golazo de Eguaras desde fuera del área. Soro lo había logrado. El rescate había sido un éxito. El Zaragoza respiraba. Estaba vivo.